¿Cómo aumentar la resonancia espiritual? ¿Cómo descubrir a Dios por el camino de la belleza? Este es el objetivo de la serie de artículos de que les hablé la semana pasada y que ahora iniciamos.
Me encontraba en Florencia, Italia, de intercambio por un semestre. Aquel día estábamos visitando Bargello, uno de los museos de esculturas más conocidos de Florencia.
Llegamos al segundo piso del palacio medieval y entramos en la sala dedicada a Donatello: aquello era un verdadero espectáculo para cualquiera que lo viera, y más para un universitario estudiando Historia del Arte. De repente, una de las esculturas situadas al fondo de la sala me atrajo de una manera sorprendente. Parecía que la figura me interpelaba, exigiendo insistentemente que le dedicara toda mi atención.
Todo lo que me rodeaba pasó entonces a un segundo plano. Me separé del grupo y me adentré en el laberinto de esculturas, arrastrado irresistiblemente por esta imagen, hasta que me encontré cara a cara con San Jorge.
El mármol había sido cuidadosamente trabajado, como en todas las esculturas de Donatello. La piel se veía suave al tacto, el mármol mismo parecía desaparecer y perderse entre los ropajes y la armadura. Las proporciones eran sencillamente naturales, y la escultura misma parecía respirar. Su sola presencia impresionaba.
Sin embargo, no creo que la magnífica técnica de Donatello fuera la única causa de la profunda impresión que sentí. Donatello había conseguido capturar más, mucho más. Ese “más”, fuera lo que fuera, penetraba en mí, resonaba en lo profundo de mi alma, me interpelaba.
¿Quién es San Jorge?
Según una legendaria tradición, San Jorge era un oficial capadocio de la Guardia del Imperio Romano. Su madre le educó en la fe cristiana durante el período de las persecuciones. Tras el triunfo en una campaña militar en Anatolia (hoy en día Turquía), San Jorge rescató a la princesa de esas regiones de las garras de un terrible dragón. Derrotó al monstruo con una fuerza sobrenatural que él atribuyó no a sí mismo sino a su fe. San Jorge también dio testimonio público de su fe ante el emperador Diocleciano, quien intentó forzarle para que apostatara mediante adulación y torturas, aunque sin éxito alguno. Nuestro santo siguió profesando su fe, convirtiendo a los testigos y haciendo milagros a pesar de que las autoridades seguían minando su ánimo con torturas. Finalmente, San Jorge fue decapitado y recibió la corona del martirio en los albores del siglo cuarto.
Si el gremio local de armadores y fundidores te hubiera pedido esculpir una imagen de tamaño natural de este santo, tal como se lo pidieron a Donatello, ¿por dónde habrías empezado? ¿Cómo habrías representado la humildad, el valor, la fe y el servicio desinteresado que caracterizaron a San Jorge? La mayoría de los artistas escogieron el dramático enfrentamiento con el dragón. Donatello no. Más bien, decidió representar simplemente la persona de San Jorge. Y esta elección marcó la diferencia entre su obra y otras muchas imágenes del santo.
El San Jorge de Donatello está de píe, con su armadura y su manto, la cabeza descubierta y apoyado ligeramente en el escudo, cuya punta se apoya a su vez en el suelo. Todo en él es fuerza, vigor y juventud. Pero hay algo más, una característica misteriosa que penetra toda la obra y la eleva. Esta particularidad, junto con la perfección técnica y la reverente belleza de la imagen fue lo que tocó mi corazón en ese primer encuentro con la escultura.
Me llevó años de reflexión y admiración hasta que pude poner palabras a esa misteriosa característica. Creo que por fin la he descubierto.
El poder de esta presencia
El San Jorge de Donatello está embebido de un algo que hoy el mundo necesita, de un algo que yo también estaba buscando en los años anteriores a mi conversión. Esta fascinante escultura de mármol deja traslucir un sentido de misión apasionante y vital. San Jorge, con su cuerpo inclinado hacia delante, su cabeza alta y la mirada en el horizonte, refleja su aplomo hacia la acción. Sabe para qué es esta vida. Sabe hacia dónde va. Y este destino le llena de determinación callada, de un sentido que nadie le puede arrebatar y de una alegría dinámica que ilumina los rasgos de esta estatua con una luz fuera de lo común.
Sí, San Jorge era un soldado, y por eso es el santo patrón de los soldados. Pero ante todo era un soldado de Cristo, anhelante de dar testimonio de su Señor. Su deseo de construir el Reino de los Cielos en esta tierra era tal que le llevó a arriesgar su reputación, su carrera, su fortuna y hasta su propia vida. Este sentido de misión fue el factor que unificó y elevó sus dones y talentos hasta la santidad. Y Donatello, de algún modo, consiguió capturar este secreto interior de San Jorge haciendo que penetrara cada rasgo de la escultura.
Este es el poder que Cristo puede dar a cada alma, un verdadero sentido de misión, un ideal propio de la dignidad del corazón humano y capaz de unir todos los cabos de la vida de cualquiera que viva en este mundo post-moderno.
La escultura me dio, en cierto sentido un destello del poder transformador del ideal cristiano, y a partir de ese momento deseé poder participar de él más plenamente. El deseo que esta obra de arte encendió en mí fue tan intenso que todavía considero el encuentro con la imagen de San Jorge como el inicio en mi camino al sacerdocio. Fue el primer destello de mi vocación, el primer eco de la llamada.
San Jorge, santo mártir de Dios
Ruega por todos nosotros
Para que dejemos que el ideal de Cristo tome posesión de nuestros corazones.
Agradecemos esta aportación al P. John Bartunek, L.C.
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