Muchos hemos constatado que es verdad que “nadie puede llegar a una íntima unión con Dios si no es a través de la Santísima Virgen María.” (San Luis María Grignon de Monfort) Basta la ver la diferencia de invocar a la Virgen María al inicio de un tiempo de oración personal, meditación o adoración eucarística, que no hacerlo. Tomar la mano de María para que Ella te conduzca a las profundidades del Corazón de Jesús es le camino más fácil para aprender a orar.
La comunión con Dios es la meta y el sentido de nuestra vida cristiana. Es por eso que en la vida espiritual no podemos prescindir de la presencia y la cercanía de la Reina del Cielo. Así como el Verbo Divino se hizo carne en las entrañas purísimas de la Virgen María por obra del Espíritu Santo, así nuestra transformación en Cristo debe pasar por el mismo camino: la acción conjunta del Espíritu Santo y de María en nuestras almas.
¿Qué es la consagración mariana?
La consagración mariana consiste en la total entrega a Jesús a través de la Santísima Virgen María. Todo lo que somos, todo lo que tenemos y todo lo que nos suceda lo confiamos al corazón maternal de María para que Ella lo presente a Jesús. Esta consagración a la Virgen María es un acto libre y voluntario donde le ofrecemos toda nuestra vida y todo nuestro ser, nos entregarnos por entero, en cuerpo y alma, a la Madre de Jesús y Madre nuestra para que, a través de ella, el Espíritu Santo nos transforme y nos configure con la imagen de Jesús.
Orígenes de la consagración mariana
Si bien la devoción mariana ha estado presente desde los albores del cristianismo y grandes santos se distinguen por su fervor mariano, fue S. Luis María Grignon de Monfort quien la cristalizó en una consagración que explica en su libro “Tratado sobre la verdadera devoción a la Santísima Virgen”. En esta obra nos dice que el camino más seguro, fácil y corto para acercarnos a Cristo y parecernos más a Él es la consagración a la Virgen María.
No obstante una cierta oposición, que el mismo santo se encarga de exponer y refutar en su obra, la práctica de la consagración mariana fue ganando aprobación entre los fieles de modo que, en la segunda mitad del s. XIX, el Papa Pío IX afirmaba que esta devoción a María es la mayor y la más aceptable. Posteriormente el Papa Pío X ofreció indulgencia plenaria para quienes hicieran esta consagración. El Papa Juan Pablo II declaró que el Tratado de la Verdadera Devoción había sido decisivo en su vida y tomó como lema papal una expresión que aparece en el texto breve de la consagración: Totus tuus (“Soy todo tuyo y todo lo mío es tuyo. Te recibo como mi todo. ¡Dame tu corazón, oh María! Todo tuyo”).
¿Qué necesitas para hacer la consagración mariana?
Aunque lo más importante radica en las disposiciones interiores, no está de más conseguir un libro que nos guíe en esta devoción. Dos de los más recomendados son el ya mencionado “Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen” y “33 días hacia un glorioso amanecer”.
Se recomienda elegir una solemnidad o fiesta litúrgica mariana para hacer la consagración y dedicar un periodo de tiempo prolongado para prepararse (33 días). Algunas de las fechas que podrías elegir son: 1 de enero: María Madre de Dios; 2 de febrero: Presentación de Jesús y purificación de Nuestra Señora; 25 de marzo: La Anunciación; 31 de mayo: La Visitación; Sábado de la tercera semana de Pentecostés: Inmaculado Corazón de María; 15 de agosto: Asunción de Nuestra Señora; 15 de septiembre: Nuestra Señora de los dolores; 7 de octubre: Nuestra Señora del Rosario; 8 de diciembre: Inmaculada Concepción; 12 de diciembre: Nuestra Señora de Guadalupe.
Actitudes al consagrarte a la Virgen María
Una de las actitudes principales que hemos de cultivar para consagrarnos a María es un vivo deseo de pertenecerle, de mostrarle amor filial y de que todo lo que somos y tenemos sea digno de Ella. Para lo cual conviene preguntarnos con frecuencia si lo que hacemos, lo que pensamos, el modo como empleamos el tiempo y la forma en que tratamos a las personas, en verdad agrada a María y si es algo que ofrecemos bajo su mirada.
En segundo lugar, nos conviene recordar cuánto desea Ella tomarnos de la mano y conducirnos al cielo. Toda madre se regocija en la compañía de sus hijos y se goza de verlos crecer y superarse. Así es María y Ella anhela el momento en que nos abandonemos en sus manos, le confiemos nuestra vida y nuestro caminar y le digamos con toda el alma que queremos tomarnos en serio lo que dijo Jesús en el Calvario: “he allí a tu Madre”. Decirle: yo también quiero llevarte a vivir a mi casa como lo hizo San Juan, soy todo tuyo, protégeme del maligno y llévame al Paraíso.
Por último, es bueno recordar que María toma muy en serio esta consagración. Nosotros le ofrecemos todo lo que somos y Ella nos entrega a cambio su Corazón Inmaculado. Ella nos recibe como sus hijos y bajo su amparo nos prodiga una protección especial que impide que nos toquen las garras del maligno.
Frutos de la consagración mariana
Los frutos de esta devoción son múltiples, lo atestiguan miles de personas que han hecho la consagración de sus vidas, de su matrimonio o de su sacerdocio a la Virgen María. Entre otros:
- La presencia cercana de María como dulce y firme Pastora que conduce a sus hijos por el buen Camino;
- El crecimiento de la fe viva, que nos hace más perceptivos a las divinas inspiraciones del Espíritu Santo.
- La paz profunda del alma que, lejos de los escrúpulos y el moralismo, se ensancha para correr por el camino de los mandamientos y de la doctrina del amor que Cristo nos enseña.
- El progreso en la vida de oración. María es maestra en la escucha de la Palabra y en la sensibilidad para captar aquello que le gusta a Jesús. Quien, como S. Juan, toma a María como maestra de vida espiritual, contempla el costado traspasado de Su Hijo para entrar en la intimidad de su Sagrado Corazón.
- A la hora de nuestra muerte, María será la que nos abra la puerta de la morada definitiva.
Pasos para hacer la consagración mariana
Se recomienda leer el libro “Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen” o “33 días hacia un glorioso amanecer”. En ellos se explican detalladamente los ejercicios y prácticas que se sugieren para cada día
Hay diversas fórmulas de consagración mariana, por lo tanto, se sugiere recurrir a aquella que más te ayude. Las oraciones sugeridas se pueden personalizar según el estado de vida y las circunstancias que esté atravesando el alma.
A continuación puedes leer la fórmula de consagración compuesta por el Papa Juan Pablo II:
Virgen María, Madre mía,
Me consagro a ti y confío en tus manos toda mi existencia.
Acepta mi pasado con todo lo que fue.
Acepta mi presente con todo lo que es.
Acepta mi futuro con todo lo que será.
Con esta total consagración te confío cuanto tengo y cuanto soy,
todo lo que he recibido de Dios.
Te confío mi inteligencia, mi voluntad, mi corazón.
Deposito en tus manos mi libertad; mis ansias y mis temores;
Mis esperanzas y mis deseos; mis tristezas y mis alegrías.
Custodia mi vida y todos mis actos para que le sea más fiel al Señor y con tu ayuda alcance la salvación.
Te confío ¡Oh María! Mi cuerpo y mis sentidos para que se conserven puros y me ayuden en el ejercicio de las virtudes.
Te confío mi alma para que Tú la preserves del mal.
Hazme partícipe de una santidad igual a la tuya:
Hazme conforme a Cristo, ideal de mi vida.
Te confío mi entusiasmo y el ardor de mi juventud, para que Tú me ayudes a no envejecer en la fe.
Te confío mi capacidad y deseo de amar, enséñame y ayúdame a amar como Tú has amado y como Jesús quiere que se ame.
Te confío mis incertidumbres y angustias,
para que en tu corazón yo encuentre seguridad, sostén y luz, en cada instante de mi vida.
Con esta consagración me comprometo a imitar tu vida.
Acepto las renuncias y sacrificios que esta elección comporta y te prometo, con la gracia de Dios y con tu ayuda, ser fiel al compromiso asumido.
Oh María, soberana de mi vida y de mi conducta, dispón de mí y de todo lo que me pertenece, para que camine siempre junto al Señor bajo tu mirada de Madre.
¡Oh María! Soy todo tuyo y todo lo que poseo te pertenece ahora y siempre.
AMÉN.
Advertencias
Todo cristiano está consagrado por el bautismo y es hijo de María. Esta consagración ayuda a tomar consciencia de esta realidad, pero no debería hacernos creer que formamos parte de una élite exclusiva que posee privilegios que nos hacen superiores a los demás.
También sería un error pensar que la consagración mariana nos exime del esfuerzo ascético y los deberes propios de la vida cristiana. Al contrario, por medio de esta devoción nos comprometemos a vivir como verdaderos discípulos de Cristo, poniendo lo que está de nuestra parte para ser buena tierra donde el Espíritu Santo siembre, cultive y coseche los frutos que el Padre espera de cada uno de sus hijos.
Por último, se recomienda renovar la consagración con relativa frecuencia, pues el hecho de haber recitado una fórmula de consagración y haber cumplido con ciertas prácticas no nos hace inmunes a la rutina y a la fatiga del camino en el día a día. Sabemos que el Papa Juan Pablo II renovaba a diario su consagración mariana.
Puedes leer un poco más sobre la consagración mariana en este otro artículo:
El arma secreta de Juan Pablo II, la consagración mariana.
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