Sin la meditación, también se debilita y se vacía toda la vitalidad de la liturgia. El Vaticano II en la constitución “Sacrosantum Concilium” enseña que Jesucristo está siempre presente en su Iglesia, y de modo particular en la acción litúrgica.
Reflexionemos en el valor sacramental que tiene la Liturgia (…), portadora en sí misma de santificación, (…). No basta estar presente e intervenir en la Liturgia, hace falta poner las mejores disposiciones en nuestro espíritu para obtener los tesoros de santidad.
La Iglesia define breve y claramente todos los ejercicios con los cuales nuestra alma se purifica…; son de hecho las acciones de los miembros que, con la ayuda de la gracia, quieren adherirse a su Cabeza (…). Cabe anotar que estos miembros están vivos, provistos de razón y voluntad propias, por ello es necesario que ellos, acercando los labios a la fuente, tomen y asimilen el alimento vital y remuevan todo aquello que puede impedirles la eficacia. Se debe por tanto afirmar que la obra de la redención, en sí independiente de nuestra voluntad, solicita el íntimo esfuerzo de nuestra alma para que podamos conseguir la salvación eterna.
Participemos a la Liturgia pues es más que un rito
Sin duda la oración litúrgica, siendo pública suplica de la Esposa de Jesucristo, tiene una dignidad mayor que las oraciones privadas; pero esta superioridad no quiere decir que entre estos dos géneros de oración exista contraste u oposición. Las dos se fundan y se armonizan porque están animadas por un único espíritu que: “sea en todo y en todos Cristo” (Col 3,11), y tienden al mismo fin: “hasta ver a Cristo formado en vosotros” (Gal 4,19; M.D. c. II).
Transcribimos el comentario del P. Escudero C.M.F. : “La participación en la Liturgia y en la celebración de la Misa puede llegar a ser una repetición mecánica si la oración personal no la anima. Los ritos por sí mismos no santifican; santifican en virtud de la acción de quien los realiza; el mayor o menor fruto que se obtiene de la participación al Sacramento depende del fervor de quien lo recibe.
Es la meditación la que crea el ambiente espiritual, las disposiciones subjetivas para que el hombre participe con provecho a la Liturgia, obrando la pureza interior del corazón, la ascesis de la mente e infundiendo con humildad la debida reverencia a la majestad y santidad infinita de Dios. Cada debilitamiento o disminución de la oración mental señalará lógicamente incomprensión y debilitamiento del espíritu litúrgico genuino, la persona quedará privada de su alimento, se secará pues es la “meditación (la que) dispone el ánimo a gustar y comprender las bellezas de la Liturgia” (Pío XII, M.N., n. 46).
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Extracto de «La oración» de Antonio Furioli
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