Catecismo de la Iglesia Católica, n. 151: «Para el cristiano, creer en Dios es inseparablemente creer en Aquel que El ha enviado, «su Hijo amado», en quien ha puesto toda su complacencia (Mc 1,11). Dios nos ha dicho que le escuchemos. El Señor mismo dice a sus discípulos: «Creed en Dios, creed también en mí» (Jn 14,1). Podemos creer en Jesucristo porque es Dios, el Verbo hecho carne: «A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, El lo ha contado» (Jn 1,18). Porque «ha visto al Padre» (Jn 6,46), El es único en conocerlo y en poderlo revelar».
Para un cristiano ¿Qué es orar?
La oración cristiana no es un esfuerzo ascético para que nuestra mente quede vacía y lleguemos así a un absoluto dominio de ella como lo es en algunas religiones orientales. No es tampoco un artificial control de nuestra mente ni una mera disciplina sobre nuestros pensamientos, emociones, afectos y sentimientos. Orar para nosotros es un acto de fe en Jesús, en que Él es verdaderamente el Hijo de Dios encarnado y entablar con Él un diálogo de amistad. Con frecuencia se nos antoja la oración como una actividad difícil o aburrida, o algo que sólo los santos o las personas muy espirituales pueden gustar. Y no es así. La oración es para todos, desde el santo hasta el pecador, dese el niño hasta el abuelo, desde el gran teólogo a quien nada sabe de su fe.
La esencia de la oración cristiana
Esta relación espontánea, fresca, pura, límpida y transparente con Cristo es la esencia de la oración cristiana. Quien «conecta» con Él está orando, quien sin embargo sólo considera bellas ideas abstractas, aunque elevadas, estará haciendo otro tipo de actividad, pero no oración cristiana.
La espontaneidad en la oración la convierte en una actividad relativamente fácil y al mismo tiempo sabemos bien que es difícil porque la verdadera espontaneidad, cuando se parte de una naturaleza como la nuestra herida por el pecado, implica no poca dosis de ascesis. Ésta es necesaria para el hombre espiritual, pero aún más importante será el conectar vitalmente con Salvador Jesús, aceptar su amor y abrirle corazón a Él.
Cristo en la oración nos revela al Padre
Él es el único que lo ha visto y el único que, en unión con el Espíritu Santo, es capaz de revelarlo. Otros profetas podrán acercarse más o menos a la divinidad. Pero sólo Cristo nos abre la puerta de acceso al Padre, al Dios-Amor del Evangelio (1 Jn 3, 16). Por ello en toda oración hay como un «consumo» de amor, una pequeña explosión de amor, un nuevo enamoramiento de Dios. Si esto no se consigue la oración podría ser formalmente irreprensible pero en la sustancia sería falsa.
Estemos decididos a poner siempre a Cristo en el centro de nuestra oración. Solamente Él, Camino, Verdad y Vida, nos podrá abrir las puertas de acceso al Padre en el Espíritu. Cuando Juan Pablo II pedía a los creyentes la necesidad de abrir «las puertas de nuestro corazón» a Cristo, nos estaba encaminando en la justa dirección, hacia aquél que es el único Mediador entre Dios y entre los hombres (1 Tim 2, 5). Esta verdad dogmática se traduce en la oración en un diálogo sencillo y profundo con Cristo, haciéndolo a Él el tesoro en torno al cual gire la atención de nuestro amor.
Agradecemos esta aportación al P. Pedro Barrajón, L.C. (Más sobre el P. Pedro Barrajón, L.C)
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