Mirar al Espíritu Santo desde los ojos de María

3446
Oración de los novios a la Virgen María.

Hace pocos días hemos celebrado una fiesta muy especial. La fiesta de Pentecostés. Es la fiesta donde, después de cincuenta días de Pascua, celebramos la venida y acción del Espíritu Santo sobre la Iglesia. Sin esta efusión la obra de Cristo no quedaría completa pues seguiríamos sin entender sus palabras e incapacitados para vivirlas. En una palabra, seríamos los mismos «hombres viejos» de siempre y no habríamos recibido el Espíritu de hijos que nos hace clamar Abba, Padre!

También es una fiesta que podemos contemplarla desde el corazón de María. Nadie como Ella vivió tanta intimidad con esta Persona Divina. Su esposa nada más ni nada menos. Y no es esposa sólo por el hecho de que por su acción concibió al Espíritu Santo, sino porque Dios quedó íntimamente unido a Ella como los esposos que forman una sola realidad. Totalmente habitada sin obstáculo de su parte, por el Espíritu Santo ya vivía en el Cielo, con la mirada puesta en el Cielo, viendo y sintiendo todo desde Dios mismo. Sólo Ella sabe lo difícil que debió haber sido vivir en esta tierra el destierro para alguien que ya ha estado tan cerca del Cielo.

María pudo tener un trato de particular intimidad con cada una de las personas divinas como rezamos en el Santo Rosario, hija de Dios Padre, madre de Dios Hijo y esposa de Dios Espíritu Santo. Ella nos enseña a vivir como bautizados la inhabitación de estas tres personas divinas para crecer en mayor santidad. Su enseñanza consiste en imitar su itinerario espiritual, el de la absoluta disponibilidad a la Voluntad Divina. Una vida de escucha, en el silencio de quién acoge la presencia divina en la vida humana, en el momento presente.

Son tres palabras claves: disponibilidad, silencio y momento presente.

  1. La disponibilidad nace de un corazón que confía. Nadie puede decir sí, si no se sabe amada y cuidada. Es tan gozoso el saberse amada y elegida que ante tanto amor sólo puede darse la única respuesta posible: «he aquí tu esclava». Mucha gente se confunde sobre este punto, piensan que es demasiado pedir aniquilamiento de la dignidad personal, pero dicen esto porque nunca han estado enamorados. Cualquier enamorado quiere ser esclavo por amor de esa persona, que es la fuente de todo gozo. Esa persona que hace que la vida tenga sentido y que tengamos ganas de vivir y mirar todo con ojos nuevos y sentirnos de pronto más vivos que nunca, como si nunca se hubiera respirado verdaderamente hasta que se siente insuflado por una nueva fuerza interior que nos da el amor. Así pues Maria no aniquila su dignidad, se siente indigna de ser mirada con tanta predilección. En realidad nunca se tiene tanta dignidad hasta que te ves en los ojos de quién te ama.
  2. La segunda palabra, el silencio. El silencio del que hemos hablado, no es un silencio mudo. Es el silencio que es un derecho, un privilegio. Poder no tener que hablar, poder tener ese lugar inviolable del alma en que sólo cabe un diálogo privado con Dios. Poder vivir el silencio es una prerrogativa de los hijos de Dios en que pueden estar siempre delante de su Dios, sabiendo que El los ve, los ama y los escucha. La Sagrada Familia hablaría poco, pero comunicaba mucho. Cada palabra estaba cargada de contenido, cada palabra estaba secundada por la propia vida. Cada palabra nacía dela relación íntima que había con Dios.
  3. La tercera palabra, es vivir el momento presente. María sólo vivía, se movía y existía en Dios como dice San Pablo. Cuando se vive delante de Dios, de Su mano, sabiendo que cada paso es acompañado, querido y cuidado por los mismos ángeles a quienes se les ha dado el encargo de ver que no tropecemos. No hay necesidad de mirar el pasado como quien pone la mano en el arado y mira para atrás, ni tampoco cavilando sobre el futuro, sabiendo que no podremos con eso añadir un codo a nuestra estatura. Baste cada día su afán, serán las palabras del Maestro, aprendidas y vividas en la pequeña escuela doméstica de Nazareth.

Pidamos a María que nos de las gracias necesarias, que Dios le da para administrar a favor de sus hijos, a fin de que podamos vivir como hijos de Dios y así nuestra alegría sea completa. Que crezcamos en intimidad como Ella con el Espíritu de Amor, de Verdad, de Unidad para que seamos como Ella, un canal puro de la gracia, por donde puede fluir la gracia de Dios para la salvación del mundo.