Meditaciones con fuerte carga afectiva

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Meditación: Déjate seducir por Dios

¿Qué me recomienda para hacer una meditación cargada de afectos que me lleve a un encuentro con Cristo vivo? Una respuesta a esta pregunta podría ser: ora con la ayuda de los símbolos.

Jesucristo nos reveló al Padre y se definió a sí mismo valiéndose con frecuencia de símbolos: Yo soy el camino (Jn 14, 6), Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo (Jn 6, 51), Yo soy la luz del mundo (Jn 8, 12), Yo soy el buen pastor, y conozco mis ovejas y las mías me conocen a mí, como me conoce el Padre y yo conozco a mi Padre y doy mi vida por las ovejas. (Jn 10,11), Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador (Jn 15,1), etc.

Si Cristo se comunicó con nosotros a través de símbolos, estos pueden servirnos para ir a Él y conocerlo mejor.

Es fácil recordar símbolos importantes de la Sagrada Escritura como la alianza, el fuego, el agua, el diluvio, el cordero, el pan, la nube, la roca, el cielo, el aceite, el altar, el corazón, la sed, el vino, etc. El lenguaje bíblico es fuertemente simbólico.

¿Qué son los símbolos?

Hablamos de símbolo cuando una forma sensible (por ejemplo un camino) nos remite a significados que la superan (el camino nos habla de la vida moral).

El simbolismo es el lenguaje preferido de la poesía y la experiencia espiritual.

Los símbolos se insertan en una cultura, adquieren de allí su contenido. Los símbolos del cristianismo contienen todo el bagaje de la historia de la salvación. Las personas familiarizadas con esos símbolos, tienen una particular resonancia ante ellos. Por ejemplo: en un cristiano adquieren una particular resonancia el símbolo de la cruz, del pan, del cordero… Por eso, los símbolos conllevan una fuerte carga afectiva. Al poseer una carga afectiva, provocan una reacción afectiva.

Los símbolos y la afectividad

La afectividad consiste en una acción o reacción emotiva ante los estímulos que recibimos. Nacemos con estructuras y mecanismos psicofísicos que nos hacen reaccionar ante los estímulos positivos y negativos; así se dan los afectos (alegría, tristeza, gratitud, arrepentimiento, rechazo, etc.) Esta afectividad de la que Dios ha dotado al ser humano es un talento del corazón y aporta una inmensa vitalidad y profundidad a la comunicación interpersonal; cuánto puede enriquecer también nuestra comunicación con Dios.

Los símbolos del cristianismo nos invitan a pasar de una realidad sensible a un nivel espiritual del conocimiento de Cristo. Si nos familiarizamos con ellos, nos dirán más de lo que dicen, habría más resonancia. Por eso es tan fuerte y profunda la resonancia que los símbolos bíblicos producen en el hombre de fe.

Dos ejemplos

1. Ahí tenemos por ejemplo el símbolo de la sed (que habla de deseo y de necesidad espiritual).

Cuando el símbolo de la sed se relaciona con el pozo, con la fuente o con el agua, permite al orante establecer un encuentro vivo con Jesús. Por ejemplo cuando sentimos necesidad de Dios podemos meditar con fruto en el encuentro de Jesús con la mujer samaritana (Jn 4, 4-42) valiéndonos del símbolo de la sed, del pozo y del agua. Y no hace falta reflexionar mucho, pues los símbolos impactan de manera intuitiva.

Así queda claro cómo podemos hacer una meditación tomando un símbolo como andadera para el encuentro con Cristo.

2. Otro ejemplo: el símbolo de la luz.

En el Diccionario de Teología Bíblica de Leon Dufour (punto de referencia para la simbología bíblica), encontramos una explicación exhaustiva del símbolo de la luz en la Sagrada Escritura (anexo la ficha de la voz «luz»: simbolo_de_la_luz.pdf ).

Cuando Dios creó el mundo, lo primero que hizo fue separar la luz de las tinieblas (Gen 1,3 ss) La historia de la humanidad y la de cada uno es combate (cf Job 7,1) entre la luz y las tinieblas. Una batalla entre vida y muerte, luz y tinieblas. El día en que nacimos, nuestros ojos se abrieron por primera vez a la luz. Luz y vida van de la mano. También nuestra experiencia presente es la alternancia de la luz y la oscuridad mientras peregrinamos al cielo. Llegará el momento en que gocemos de la luz sin ocaso (1 Jn 1,5)

Si te familiarizas con el simbolismo de la luz en la Sagrada Escritura encuentras un excelente contexto para meditar, por ejemplo, en la Resurrección del Señor y experimentar un encuentro vivo con Cristo Resucitado.

Meditación del sábado santo con los símbolos de la luz y las tinieblas

Durante la semana santa estuve en misiones de evangelización en el Centro Misionero Rafael Guízar y Valencia, en el volcán más alto de México, con un grupo de Familia Misionera y varios equipos de Juventud Misionera. El tema fundamental de la liturgia del sábado santo es la muerte y la vida: el combate entre las tinieblas y la Luz. Ese día permanecemos con María en su soledad después de la muerte de su Hijo y antes de su resurrección.

Hicimos la meditación al alba. Nos pusimos frente a la imagen de «Nuestra Señora del Silencio», de cara al amanecer. Allí acompañamos a María en su dolor y soledad, buscando apropiar sus actitudes de abandono y esperanza.

Leímos fragmentos de la antigua homilía del sábado santo que recoge la liturgia de las horas: «¿Qué es lo que hoy sucede? Un gran silencio envuelve la tierra; un gran silencio porque el Rey duerme. La tierra temió sobrecogida, porque Dios se durmió en la carne y ha despertado a los que dormían desde antiguo. Dios ha muerto en la carne y ha puesto en conmoción al abismo…» (Homilía antigua sobre el grande y santo Sábado, Anónimo)

Contemplamos a Cristo bajando al abismo para rescatar a nuestros primeros padres: «Va a buscar a nuestro primer padre como si fuera la oveja perdida. Quiere absolutamente visitar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte. Él, que es al mismo tiempo Dios e Hijo de Dios, va a librar de su prisión y de sus dolores a Adán y a Eva. El Señor, teniendo en sus manos las armas vencedoras de la cruz, se acerca a ellos. Al verlo nuestro primer padre Adán, asombrado por tan gran acontecimiento, exclama y dice a todos: «Mi Señor esté con todos». Y Cristo, respondiendo, dice a Adán: «Y con tu espíritu». Y tomándolo por la mano le añade: Despierta tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz. Yo soy tu Dios, que por ti y por todos los que han de nacer de ti me he hecho tu hijo; y ahora te digo que tengo el poder de anunciar a los que están encadenados: «salid»; y a los que se encuentran en las tinieblas: «iluminaos»; y a los que dormís: «levantaos».

Consideramos el combate entre Cristo y la muerte y providencialmente presenciamos un verdadero combate entre el sol naciente y las tinieblas, como se puede apreciar en las fotos. Nos alegramos con Cristo, el verdadero Sol Naciente; sentimos repugnancia por la muerte y el pecado: las tinieblas. La luz llenó de vida toda la tierra que desde el día anterior yacía en tinieblas (cf Lc 23, 44), los rayos del sol llegaron hasta nosotros y nos contagiaron de vida y calor.

¿Qué elementos contribuyeron a que el Espíritu Consolador hablara con fuerza en nuestro interior?

1. El rico simbolismo de la luz y las tinieblas que aporta la Sagrada Escritura,

2. El contexto del Triduo Pascual, 

3. Las gracias provenientes del Corazón traspasado de Jesús,

4. La presencia de María,

5. Los corazones abiertos, como campo listo para la siembra,

6. El imponente escenario de luz y tinieblas que tuvimos delante, con el triunfo final de la Luz y el envío de los discípulos a compartir lo que habían visto y oído.


Autor, P. Evaristo Sada L.C.(Síguelo en Facebook)

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