El silencio en la Pasión
Donde más resalta el silencio de Cristo es en su pasión. Durante esos días, de sufrimientos físicos y morales, Jesús nos dejó un ejemplo extraordinario de silencio externo, normado por la caridad y el bien hacia los demás. Más vivo y real fue su silencio interno, es decir, su amor y unión al Padre y a su voluntad. Debemos aprender estas actitudes pues son contados los hombres que saben guardar silencio en los momentos de adversidad y oscuridad interior.
Ante las acusaciones falsas, “Jesús callaba” (Mt 26, 63), “no respondía palabra (Mc 14, 61). La única frase pronunciada manifiesta su ponderación, equilibrio e interioridad: “Si hablé mal, muéstrame en qué, y si bien, ¿por qué me pegas?” (Jn 18, 23).
Ante la banalidad y ligereza de Herodes, Jesús guardó absoluto silencio. Deseoso de satisfacer su curiosidad y presenciar algún milagro, el rey “le hizo bastantes preguntas, pero Él no contestó nada” (Lc 23, 9).
Diverso es con Pilato quien, ante el reo presentado, descubre la falsedad de los judíos y manifiesta un espíritu inquieto. Con él entabla una conversación con palabras precisas y llenas de sabiduría, fruto de su unión con el Padre y que, sin duda, marcaron la vida del procurador. Más tarde, ante la cobardía del romano, Cristo calla: “pero Jesús ya no respondió nada, de manera que Pilato quedó maravillado” (Mt 27, 14. Mc 15, 5). Pilato se maravilla, ¿de qué? Del silencio, del equilibrio, de la ponderación, de la serenidad de Jesús. Pilato se compadece, se maravilla. El silencio en Jesús no es algo pasivo sino una virtud atractiva, que interpela.
Jesús sube al Gólgota en silencio interior, íntimo. Los evangelistas guardan silencio también. Isaías ya lo había profetizado: “Maltratado, mas él se sometió, no abrió la boca, como cordero llevado al matadero, como oveja muda ante los trasquiladores” (Is 53, 7).
Y en la cruz sólo pronunció siete frases. Todo lo demás un contraste ininterrumpido: al ruido y gritos de la turba se contrapone el sufrimiento y silencio de Jesús.
El silencio en la resurrección
Cristo resucitado sigue, como en su vida mortal, amando el silencio interno y externo. Cristo resucitó en silencio. No quiso el ruido de la propaganda. Solo algunos gozaron de sus apariciones y su presencia gloriosa. Finalmente, Jesús se despide de sus seguidores y sube al cielo en silencio.
Durante toda su vida, Cristo tuvo íntimamente grabado el amor al silencio. Hemos hecho especial hincapié en el aspecto externo del silencio de Jesús, pero sin duda el amor de Cristo por esta virtud fue más allá. Tuvo una razón mucho más profunda que la del simple callarse. La razón del silencio fue, sin duda, la unión con el Padre, el enriquecimiento de la propia interioridad. Su aspecto interno es más interesante y fecundo. De hecho el aspecto externo es un florecimiento o expresión del interno. Si vemos hermosura en el silencio externo, ¿qué deberíamos decir del interno? Todo el interior de Cristo estuvo regido y ordenado por un equilibrio insuperable. Su imaginación, su memoria, su corazón, todas sus facultades interiores y exteriores estuvieron regidas por el beneplácito divino en todo momento, utilizándolas siempre para gloria del Padre y la salvación de las almas.
Pero el silencio de Cristo sobrepasa toda medida. En el cumplimiento de su promesa: “Yo estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos” (Mt 28, 20), se quedó en la Eucaristía también en silencio, insensible al dolor de la soledad de tantos sagrarios. El silencio de Jesucristo en la Eucaristía es sumamente elocuente y fecundo. ¡Cuánto habrá sufrido y sufrirá Cristo en este sacramento! Jesús calla, y su silencio nos habla. ¿Sabemos nosotros dialogar con Él en este ambiente de silencio?
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