Distracciones durante la misa (Segunda Parte)

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Distracciones durante la misa (Segunda Parte)

En nuestro primer artículo sobre este tema, hablamos de las distracciones durante la Misa. Reflexionamos sobre el misterio del sacrificio de la Misa y cómo podemos vivirla con reverencia espontánea e, incluso, con asombro. En este segundo y último artículo sobre el tema aprenderemos qué es aquello que, reflexionándolo y profundizándolo, nos ayudará a evitar las distracciones en la misa.

Haciendo conexiones

Pero si este sacrificio perfecto fue ofrecido «una sola vez», ¿cómo podría también ser ofrecido «por todos»? Eso es lo que dice la Carta a los Hebreos; que Jesús «hizo eso por todos», sin embargo, ¿cómo pudo hacerlo por nosotros si no estábamos ahí en aquel primer Viernes Santo? Ni siquiera habíamos nacido, entonces, ¿cómo puede ese sacrificio reparar nuestros pecados? ¿Cómo puede ese ofrecimiento perfecto ser parte de nuestra adoración a Dios? Ésta es la pregunta clave y la respuesta se encuentra en nuestra segunda palabra: memorial.
Mira, lo asombroso sobre este Sumo Sacerdote y esta víctima es que, debido a que estaba libre de pecado y que se ofreció a sí mismo por los pecadores, su historia no terminó con su muerte. Él resucitó de entre los muertos –probando que el bien es más poderoso que el mal y que la misericordia de Dios es más poderosa que el pecado humano.
Anteriormente, la Carta a los Hebreos explica que nuestro Sumo Sacerdote no se ha ido y no es sólo un episodio de la historia antigua. No. Más bien « … éste posee un sacerdocio perpetuo porque permanece para siempre. De ahí que pueda también salvar perfectamente a los que por él se llegan a Dios, ya que está siempre vivo para interceder en su favor » (Hb 7,24-25). Ahora mismo, Jesús sigue ofreciéndose a sí mismo al Padre, dándole culto perfecto y expiando nuestros pecados.

Conectándose

Para que podamos recibir la gracia salvífica de Dios, la gracia que necesitamos para ser hijos de Dios y la gracia que seguimos necesitando para poder crecer hacia la madurez espiritual como hijos de Dios, sólo tenemos que conectarnos (por así decirlo) al sacrificio de Jesús en la Cruz. Y eso es exactamente lo que hacemos en la Misa.
Cada celebración de la Eucaristía en la Misa re-presenta, hace presente (cf. Catecismo # 1366) en el aquí y en el ahora de nuestras vidas, el eterno sacrificio de Jesús en la cruz. Esto es lo que la Iglesia quiere decir cuando llama a la Misa un «memorial». No es sólo un recuerdo de acontecimientos pasados, sino un sacramento que hace presente este único sacrificio, este acontecimiento central en la historia del mundo.
Jesús sabía que necesitaríamos una manera de conectarnos con su sacrificio perfecto, de participar y beneficiarnos de él, para unir nuestras vidas imperfectas y pecadoras a su sacrificio, para poder ofrecer una perfecta adoración a Dios y expiar nuestros propios pecados y los pecados de los que están a nuestro alrededor. Y así, en la Última Cena, nos dio una manera de hacerlo.
Instituyó un sacramento que Él mismo usaría para continuar ejerciendo su sacerdocio en favor nuestro, para hacer presente la ofrenda de sí mismo en el Calvario, en todos los rincones del tiempo y del espacio. Él tomó pan y vino, lo consagró en su propio cuerpo y sangre –los elementos de su sacrificio en la Cruz- y les dio la facultad a sus apóstoles y les mandó «hacer esto en memoria mía». Y desde esa noche, la Iglesia ha obedecido ese mandato.

Cruzando el puente entre el tiempo y la eternidad

Y cada vez que se celebra la Misa, tanto si es en un campo de guerra, en el patio de una prisión o en un altar de mármol en una magnífica catedral, el telón del tiempo y del espacio se recoge y nosotros, los hijos de Dios, unimos nuestras oraciones y sacrificios imperfectos a la oración y sacrificio perfecto de Jesús en la cruz. Y cuando recibimos la santa comunión, hundimos nuestra naturaleza caída, pecadora, humana, en la perfección de la divina y resucitada humanidad de Cristo.
Por tanto, las misas celebradas cada día en las iglesias alrededor del mundo, no son muchos sacrificios, no son nuevos sacrificios ofrecidos día a día, son el único sacrificio, el sacrificio perfecto ofrecido de una vez para siempre por Jesús en la cruz, hecho presente en el aquí y en el ahora de nuestras vidas, a través de la celebración sacramental de la Eucaristía –el Sumo Sacerdote continúa su trabajo de redención a través de sus ministros ordenados.

Las razones de Dios y nuestra respuesta

¿Por qué Dios decide hacerlo de esta manera?
Sólo porque nos ama. Después del desorden que creamos con el pecado original, Él quiso redimir nuestra naturaleza humana sin rehacerla por completo. Y encontró una manera de traer la gloria infinita de la eternidad dentro del constante y cambiante fluir del tiempo y del espacio. Eso es lo que es la Eucaristía, eso es lo que es la Misa –cada Misa.
Si dejamos que esta verdad profundice en nosotros, si la reflexionamos, especialmente a través de la meditación sobre estas asombrosas y maravillosas verdades, humildemente tomarás conciencia de la magnificencia de la Misa, podrás ver como las distracciones tendrán menos influencia sobre tu corazón. Las palabras de la liturgia y los gestos tomarán un nuevo significado y cuando recibas al Señor en la santa comunión, de manera consciente unirás tus pequeños e imperfectos sacrificios a este infinito y perfecto sacrificio, haciendo como pequeños puentes para acercar más al mundo al gran puente que une el cielo y la tierra, el puente que es el mismo Cristo.
Me gustaría terminar con una cita del Beato Juan Pablo II, quien vivió plenamente la Misa durante sus años en la tierra y quien puede ser un poderoso santo patrono para nuestros esfuerzos por vivir la Misa con mayor profundidad. Que él nos ayude cada vez que participemos en la Celebración Eucarística, durante los años que vivamos en este mundo.

He podido celebrar la Santa Misa en capillas situadas en senderos de montaña, a orillas de los lagos, en las riberas del mar; la he celebrado sobre altares construidos en estadios, en las plazas de las ciudades… Estos escenarios tan variados de mis celebraciones eucarísticas me hacen experimentar intensamente su carácter universal y, por así decir, cósmico. ¡Sí, cósmico! Porque también cuando se celebra sobre el pequeño altar de una iglesia en el campo, la Eucaristía se celebra, en cierto sentido, sobre el altar del mundo. Ella une el cielo y la tierra. Abarca e impregna toda la creación (Carta Encíclica Ecclesia de Eucaristia, n. 8, abril 17, 2003).


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