A veces uno prefiere el silencio. Nos habrá tocado sin duda acompañar a alguien que no tiene ganas de hablar. O no puede. Momentos de sufrimiento, momentos de profunda emoción, momentos de enojo, momentos de buscada soledad, momentos en que la persona necesita estar a solas consigo misma. Nuestra sensibilidad nos sugiere que es mejor no preguntar, no intervenir, no tratar de arreglar las cosas, no interrumpir… Sabemos que basta estar ahí, que la compañía y la comprensión es lo mejor que podemos ofrecer, y a veces sentimos el natural impulso de retirarnos discretamente. Aprendemos a respetar el silencio, como un espacio de intimidad que no queremos violar.
A nosotros nos gusta que respeten nuestro silencio
Posiblemente hubo momentos así en la vida de Jesús. A veces caminaba a solas, por delante de sus discípulos (cf Mc 10,32). Otras veces oraba de noche (cf Lc 6,12), incluso en alguna ocasión les invitó a dejarlo solo y adelantarse a la otra orilla, Él llegaría más tarde…(cf Mt 14, 23) «Cuando ores, entra en tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre, que está allí en lo secreto…» (cf. Mt 6, 6)
También María se recogía en su interior para meditar una y otra vez los misterios de Jesús que la providencia le había concedido vivir y compartir de un modo tan abismalmente privilegiado: como su Madre (cf Lc 2, 19; Lc 3, 51). Y el silencio de su corazón se convertía en escucha y en «lectio» de la Palabra viva que habitaba bajo su techo.
Necesitamos espacios de silencio. Nos gusta que respeten nuestro silencio. Sin embargo, no se sabe por qué, algo distinto nos pasa con Dios. Cuando estamos junto a Él, a veces le encontramos callado… ¡y no lo entendemos! ¡y nos enojamos!, ¡y nos dolemos!, ¡y le reprochamos!
Respetar su silencio
Tal vez Dios NS también busca espacios de silencio, corazones vacíos, un lugar donde poder ser amado porque es Dios, sin reclamos de atención de ningún tipo… «El silencio tiene la capacidad de abrir en la profundidad de nuestro ser un espacio interior, para que Dios habite, para que permanezca su mensaje, y nuestro amor por Él penetre la mente, el corazón, y aliente toda la existencia». (Benedicto XVI, 7 de marzo de 2012). «En este templo santo de Dios, en esta morada suya, sólo Él y el alma se gozan con grandísimo silencio». (Santa Teresa de Jesús, 7M 3,11)
Qué hermoso es imaginar que nuestro corazón y nuestra alma pudieran significar para nuestro Señor el espacio de calma, de paz, de intimidad, de silencio, que Él busca. Qué hermoso es pensar que podemos ofrecerle un amor oblativo, un amor cargado de ternura y de respeto. A lo mejor –Él lo sabrá- en este espacio de cielo que es el fondo de nuestra alma, donde la Santísima Trinidad habita, las tres divinas Personas gozan de momentos muy suyos, a solas, recordando quizá aquellas noches tan bellas de diálogo sobre una colina junto al lago de Galilea. Me consuela profundamente pensar que puedan escoger un corazón como el mío para su intimidad divina.
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