Recién fundado el monasterio de San José de Ávila sus confesores le piden a Teresa que ponga por escrito una serie de consejos de vida espiritual para las religiosas carmelitas. La santa coge la pluma y comienza a redactar lo que ella cree que les podrá ayudar a sus monjas a vivir con perfección su vida de relación con Dios. Uno de estos consejos dice así: «Poned los ojos en vos y miraos interiormente: hallaréis vuestro Esposo que no os faltará; antes mientras menos consolación por fuera más regalo os hará» (Camino de Perfección 49, 1).
Poner los ojos en sí
Lo primero que dice la Santa es «poner los ojos en sí», es decir, cultivar la vida interior. Es fácil para el alma vivir de exterioridades, impresiones, emociones e imágenes que se orientan al mundo exterior; ese mundo de los sentidos que tanto fascina a un primer momento pero que luego deja el alma seca y vacía. Santa Teresa aconseja por el contrario mirar al maravilloso mundo interior donde se halla el dulce huésped, el Esposo del alma, quien la conoce perfectamente y es capaz de revelarle los grandes misterios del amor del Padre. Pero todo esto a condición de que ella sepa mirar su interior de modo adecuado.
No se trata de hacer un ejercicio psicológico de introspección que puede ser útil para un mayor conocimiento personal, pero que sólo se queda en la esfera todavía externa al espíritu. Hay que ir más allá, al maravilloso mundo interior del espíritu, que está lleno de continuas sorpresas para quien se deja cautivar por esa Presencia de la Trinidad, presente en el alma por la gracia santificante. La belleza del mundo interior puede coincidir con una externa desolación. Más aún la Santa llega a decir: «cuanto menos consolación hay por fuera más regalo os hará». El Señor está ahí dentro esperando a dar sus dones (regalo) a quien sea capaz de volver los ojos del alma hacia Él.
Los dones de Cristo
Su presencia se manifiesta como suavidad consoladora, como fuerza irresistible que abate la propia debilidad. Así lo testimonia la vida de muchos santos y de la misma santa de Ávila en la que muchos momentos de gran gracia interior coincidían con enormes pruebas exteriores. El hombre de oración es capaz de conservar siempre una mirada confiada hacia el mundo, hacia los demás y hacia sí mismo porque es consciente de las maravillas de la gracia divina en su propio corazón.
La santa continúa diciendo que Él «es muy piadoso y a persona afligida jamás falta, si confía en Él solo». La verdad fundamental que sostiene la fe del creyente es la piedad del Señor hacia Él, es decir, la mirada fundamentalmente paterna y misericordiosa de Dios que llena el interior del hombre de una alegría inmensa e inesperada que nada ni nadie puede dar ni podrá quitar. Él mismo, que ha tomado sobre sí nuestros dolores, sabe lo que es estar afligido y por ello él mismo es capaz de consolar a quien ahora lo está. Es lo que dice la carta a los Hebreos: Tenemos un Sumo Sacerdote que es capaz de compartir nuestras debilidades, habiendo él mismo sido probado en todo, a semejanza nuestra, menos en el pecado (Cf. Heb 4, 14). Santa Teresa termina su reflexión con aquello que es el fundamento y la condición de todo lo demás: «Sí se confía en Él sólo». La oración, toda oración debe ser una oración de abandono.
Nos conduce, si es auténtica, a confiar sólo en Cristo. Cuando se llega a este punto, se comienza a volar hacia Él porque eso es lo que Él está esperando: la confianza y el abandono totales. Dios mismo se encarga de ir despojando el espíritu de lo que no es esencial para llegar a la actitud de absoluta confianza. Sólo así Él podrá realizar con libertad su obra de santificación según el proyecto que Él tiene para cada persona. La única condición es: «Confiar en Él sólo».
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