¿Adónde te escondiste, Amado?

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¿Adónde te escondiste, Amado?

Todos hemos oído este famoso verso de San Juan de la Cruz con el que se comienza las famosas Canciones entre el alma y el esposo cuyo comentario constituye una de sus más famosas obras, el Cántico espiritual. El verso está evocando el Cantar de los Cantares cuando la esposa busca al esposo y no lo haya: «En mi lecho, por las noches, he buscado al amor de mi alma. Lo busqué y no lo hallé» (Ct 3, 1). La esposa entonces sale en búsqueda del esposo «por las calles y plazas para buscar al amor de mi alma. Le busqué y no le hallé» (Ct 3, 2).

Lo buscamos y no lo hallamos

A veces parece que Dios se aleja de nosotros, que se esconde. Le buscamos y no lo hallamos. Le buscamos en los lugares en los que antes lo habíamos encontrado con una cierta facilidad, pero ahora no está ahí. Lo buscamos en la naturaleza y en la creación, pero ahora parece que la belleza de los creado sin su presencia nos desencanta. Lo buscamos en la revelación, en la Palabra de Dios, y ésta se nos hace muda y sin sentido. El alma puede hallar una intensa desolación interior por la ausencia del Amado de su alma, porque su corazón le parece un desierto donde nunca crecerá una flor. Algunas personas de elevada santidad, como el mismo San Juan de la Cruz o la beata Teresa de Calcuta, han podido, por permisión divina, vivir esta lacerante ausencia de Dios en su alma.

Quizás nosotros, en un grado inferior, pero también real podemos en algún momento de nuestra existencia preguntarnos con el místico poeta: «¿Adónde te escondiste Amado?». Aún en medio de la ausencia, se le invoca como Amado. Dios ha sido capaz de robarnos el corazón y de enamorarnos, pero después, por alguna circunstancia, interna o externa, o simplemente por un superior pero misterioso plan de Dios, Él desaparece, dejando herido el corazón. Él hace poco estaba, pero ahora no está o al menos no lo veo. Esto produce en el alma desolación y desasosiego, pero no por ello hay que perder la esperanza. San Juan de la Cruz, con la sabiduría que le venía de su profunda unión con Dios, enseña: «Ni la alta comunicación y presencia sensible (de Dios) es más testimonio de su presencia, ni la sequedad y carencia de todo esto en el alma es menos testimonio de su presencia en ella» (Cántico espiritual A, 1, 3). Dios puede estar presente pero no lo sentimos con nuestra capacidad emotiva, pero sin embargo Él está allí. La sequedad y la aridez no significan necesariamente la ausencia de Dios. Pero ello no quita que quien busca sinceramente a Dios no sufra por esta ausencia y desde lo hondo de su alma pregunte y se pregunte: «¿Adónde te escondiste, Amado?».

Un mayor amor

Dios permite todo esto en el camino espiritual para provocar una mayor búsqueda de Él, un mayor amor, un crecimiento en la fe, un desapego de sí mismos, una mayor pureza de intención en la búsqueda de la santidad. Sí, a veces, Dios se esconde, pero no por eso no está ahí, quizás esta cerca, muy cerca de nosotros, mucho más cerca de lo que podemos imaginar. Si no tenemos el sabor sensible de su presencia, no por ello Él no está presente. Es una ocasión preciosa para buscarlo con mayor sinceridad y decisión, sabiendo que Él, aunque no lo percibamos con la sensibilidad, se nos hace presente con la fe pura y perfecta de quien se le entrega a Él viviendo por amor su Voluntad.


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