Cuando hacemos meditación u oración personal, normalmente nos ayudamos de lecturas o de ideas y de allí pasamos a la meditación, la oración y la contemplación. Pero también hay otros caminos, como ver o contemplar imágenes y a partir de ellas ponerse en la presencia de Dios y entablar un diálogo con Él. Esto es algo que hacemos normalmente cuando oramos frente a un crucifijo o frente una imagen de la Virgen de Guadalupe, por ejemplo. Y esto es lo que hacemos en la oración con iconos, pero los iconos cristianos tienen sus particularidades. Hoy vamos a ver ¿Cómo rezar con la Virgen María contemplando el icono de la Virgen de la Ternura?
La oración con iconos
En un taller de oración en que introduje a los participantes a la oración con iconos, una persona me dijo: «A mí no me gustan los iconos para adornar mi casa, no me inspira ese tipo de arte». Traté de explicarle el tipo de belleza que nos ofrecen los iconos y de qué manera sirven no tanto como adorno sino para la oración. Esta persona quería ver la armonía y belleza física de la pintura clásica más que contemplar la verdad revelada y el sentido de lo sagrado que contienen los iconos. Le expliqué que estas imágenes no eran para admirar su belleza artística, sino para introducirnos al encuentro con Dios, como vehículos que nos transportan más allá, a donde los ojos no alcanzan a ver.
Le dije que se sintiera libre de no participar en la sesión. Tomó un libro y se fue a la capilla a meditar como lo hacía habitualmente. A los 15 minutos se unió al grupo y se dio la oportunidad de escuchar en qué consistía la oración con iconos y de hacer la prueba. Dos meses después me escribió diciéndome: «El Espíritu Santo me ha abierto un camino de oración que estoy disfrutando y aprovechando mucho: ahora hago casi todos los días mi oración contemplando un icono». Esta persona comenzó a gustarlo porque se acercó con la actitud de Moisés a la zarza ardiente: quería entender aquel fenómeno y entonces Dios se reveló. Dios se revela a quien se interesa y se acerca a Él en actitud de escucha. Se abrió a escuchar la Palabra de Dios y las verdades de nuestra fe a través del testimonio del icono y entonces el Espíritu Santo le abrió un nuevo camino de comunicación.
Las palabras interpelan el oído, la imagen se dirige a la vista. El orante ante el icono mira a Cristo y se deja mirar por Él, busca a Dios en silencio contemplativo y se deja encontrar, escucha e interioriza la Palabra que el Espíritu Santo le comunica a través de la imagen. «La pintura tiene que ser para el ojo de la persona, lo que la palabra es para el oído: exhortación, ánimo, instrucción.» (San Basilio) «La iconografía cristiana transcribe mediante la imagen el mensaje evangélico que la Sagrada Escritura transmite mediante la palabra. Imagen y Palabra se esclarecen mutuamente.» (Catecismo 1160) Los iconos cristianos son como ventanas de acceso al misterio de Dios. La imagen que tenemos delante ayuda a entrar en contacto con la imagen de Cristo que llevamos dentro de nuestro corazón.
¿Qué encontramos en el icono de la Virgen de la ternura?
Hoy que celebramos a la Virgen María, te comparto algunos elementos que a mí me ayudan del icono de la Virgen de la Ternura, o la Virgen de Vladimir. Frente a ella hice mi oración personal esta mañana. Me centré sobre todo en la imagen de la Virgen María.
Recuerda, estas notas son sólo una iniciación, lo más importante en esta forma de oración es la interiorización de la verdad que contiene el icono para de allí pasar al encuentro personal con Dios y al diálogo con Él. No te quedes en la lectura de estas reflexiones, sino detente, contempla la imagen con veneración; no una sino muchas veces y con mucha calma, con la certeza de que el Espíritu Santo te hablará. Se trata de establecer una unión espiritual con María, de sentir cerca a nuestra Madre que está en el cielo y que el icono representa.
– El rostro de María: Destaca la dulzura, la ternura y la intimidad que caracterizan el encuentro personal de la Virgen María y de Jesús y el modo en que María «conservaba todas esas cosas meditándolas en su corazón» (cfr. Lc. 2,19)
El rostro de María refleja el peso del sufrimiento que lleva dentro: «Una espada te atravesará el alma» (Lc 2,34-35) y adopta una actitud de abandono, dejando que su hijo la abrace, abarcándola por completo. Jesús, con un rostro que irradia humanidad y ternura, la protege y la consuela con su mirada compasiva y con el contacto de su mejilla con la de María. Ante la respuesta amorosa de su Hijo, contemplamos a la Virgen María gustando en su interior el Salmo 17,8: «Guárdame como a la niña de tus ojos; escóndeme a la sombra de tus alas.»
La belleza del rostro de María no deslumbra exteriormente; se trata de una belleza interior, propia de quien está impregnada del Espíritu Santo, de cuya gloria es transparencia.
– La mirada. Lo más bello en su rostro son sus ojos: fuente de profunda paz. El secreto de su mirada interior volcada sobre la belleza del misterio de Dios se nos comunica a través de la mirada exterior. La mirada de la Santísima Virgen no se dirige a Jesús sino al orante que está delante. En esos ojos podemos contemplar la profundidad contemplativa de María ante el misterio de la Encarnación del Verbo y el terrible dolor ante sufrimiento redentor de su Hijo prolongado en su Cuerpo Místico que es la Iglesia.
María mira con ternura y tristeza a los que sufren en su peregrinación terrena y a la humanidad pecadora que ofende a Su Hijo. Al mismo tiempo nos está diciendo que no tenemos de qué preocuparnos, pues el Corazón de Jesús nos mira con compasión como lo hace con Ella: Dios es rico en misericordia, es consuelo para el que sufre y es luz para su pueblo que camina en tinieblas: «Aunque camines por cañadas oscuras, nada temas, porque el Señor va contigo». (cf. Salmo 22, 4)
De inmediato vienen a la memoria las palabras de la Virgen de Guadalupe a Juan Diego, prolongación de los sentimientos del Sagrado Corazón de Su Hijo: «No temas esta enfermedad, ni en ningún modo a enfermedad otra alguna o dolor entristecedor. ¿Acaso no estoy yo aquí, que soy tu madre? ¿Acaso no estás bajo mi sombra, bajo mi amparo? ¿Acaso no soy yo la fuente de tu alegría? ¿Qué no estás en mi regazo, en el cruce de mis brazos? ¿Por ventura aun tienes necesidad de cosa otra alguna?» (Nican Mopohua)
El juego de miradas entre Jesús, María y nosotros es como una espiral o un círculo virtuoso que llama a un mayor amor y una creciente intimidad. Los ojos de María son grandes, con pupilas que se expanden y cejas que se prolongan, como queriendo abarcarnos a todos, los que nos acercamos a ella y los que no, y diciendo que esa invitación se extiende a todos los hombres por igual.
– Los oídos están cubiertos. La boca es pequeña. María guarda silencio, escucha la voz interior.
– Las manos de María: En el centro del icono está la mano izquierda de la Virgen indicando a Jesús. Nos dice: «Él es el camino» y nos invita a adorar al Hijo de Dios, nacido de María, verdadero Dios y verdadero hombre. La mano derecha está sosteniendo a Jesús, lo levanta, lo alza para mostrar su gran tesoro. Esta mano tiene la forma de un cáliz, que recibe la Sangre Redentora de Cristo. María la recoge, la muestra, nos la ofrece. Me gusta contemplar en este gesto a María, Madre de los sacerdotes y maestra de vida eucarística.
– La luz intensa que irradian los rostros y las vestiduras nos está gritando que Cristo es la luz del mundo, el faro luminoso que nos guía en el camino, la belleza suprema que ilumina nuestras vidas. ¿Dónde está la suprema belleza? ¿De quién procede toda belleza? De Cristo que se encarnó, murió y resucitó por amor al Padre y a todos nosotros. La luz que se refleja en el rostro de María nos recuerda que la belleza de la creación es transparencia de la belleza de Dios y que en el caso de María, la llena de gracia, brilla con una fuerza especial.
– El vestido de María es de color púrpura que representa su condición de Reina. Tiene tres estrellas, una en la cabeza y dos en los hombros: simbolizan su virginidad antes, durante y después del parto, así como la Santísima Trinidad. La tercera estrella, la del lado derecho es Cristo mismo: «Yo soy la estrella radiante de la mañana» (Ap 22,16). También la composición triangular del icono nos habla de la Trinidad que abarca y penetra todas las cosas, como el manto que cubre todo el cuerpo de la Virgen («el Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra», Lc 1, 35).
– La figura de María es dinámica, como la Iglesia en camino; la de Jesús es estática: roca firme que fundamenta el universo y que nos sostiene en las dificultades de la vida: «¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿los peligros?, ¿la espada?, como dice la Escritura: Por tu causa somos muertos todo el día; tratados como ovejas destinadas al matadero. Pero en todo esto salimos vencedores gracias a aquel que nos amó. Pues estoy seguro de que ni la muerte ni la vida ni los ángeles ni los principados ni lo presente ni lo futuro ni las potestades ni la altura ni la profundidad ni otra criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro.» (Rm 8, 35-39)
– Las letras que están junto a la cabeza de María son las iniciales de «Madre de Dios», en griego. Nuestra Madre del cielo nos invita a todos sus hijos a participar de la vida de Dios en una intimidad familiar con la Santísima Trinidad, junto a la Madre, gracias a la puerta que Cristo Redentor nos abrió por su pasión, muerte y resurrección.
Este icono es una llamada a la conversión por el camino de la belleza: por la experiencia viva de la misericordia divina que se nos revela a través del Sagrado Corazón de Jesús y el inmaculado corazón de María.
Ahora detente a ver la imagen, luego contémplala en actitud orante y finalmente gústala en tu interior, con la certeza de que contiene un mensaje de Dios para ti. A través de la mirada toma posesión del mensaje que Jesús y María te quieren dar y escucha la voz interior del Espíritu Santo. Que tus ojos te acerquen a la Santísima Virgen con una mirada de fe, suplicándole que te dé acceso a su intimidad para hacer más tuyo, más cercano el misterio de la misericordia de Dios.
Autor, P. Evaristo Sada L.C.(Síguelo en Facebook)
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