Cómo puedo saber cual es la voluntad de Dios en mi vida (Segunda Parte)

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Cómo puedo saber cual es la voluntad de Dios en mi vida (Segunda Parte)

Pregunta: Querido Padre John, ¿Cómo puedo saber cuál es la voluntad de Dios para mi vida? He estado sufriendo físicamente durante casi un año y tanto yo, como muchos otros, hemos orando para que yo sane. ¿Cómo puedo saber si es la voluntad de Dios el que yo continúe sufriendo? No sé si seguir rezando para aliviarme o solamente aceptar este sufrimiento como la voluntad de Dios. En mi oración le pido conocer su voluntad, pero hasta ahora no puedo entender cuál es.

Respuesta: Después de cubrir las ideas básicas respecto a la voluntad de Dios en nuestro anterior artículo podemos ahora contestar tu pregunta de manera directa.

¿Qué tanto es demasiado?

Entonces, tu primera pregunta puede ser contestada así: Podemos conocer la voluntad de Dios en nuestra vida a través de los mandamientos y responsabilidades de nuestro estado de vida (voluntad indicativa de Dios) y a través de las circunstancias fuera de nuestro control que Dios permite (voluntad permisiva de Dios). El sufrimiento físico que estás enfrentando es claramente una circunstancia que parece fuera de tu control y que más bien cae en la categoría de voluntad permisiva de Dios.

Tu segunda pregunta es más difícil de contestar. ¿Qué tanto tiempo debes rezar para ser liberado de este sufrimiento? Unas pocas reflexiones pueden ayudarte a tener mayor paz en este difícil dilema.

Ora libremente

Primero, orar pidiendo ser librados del sufrimiento está bien. De hecho, esta oración es uno de los primeros frutos del sufrimiento porque a través de ella ejercitamos nuestra fe, esperanza y amor a Dios, junto con las preciosas virtudes de la humildad y perseverancia. En Getsemaní, Jesús oró pidiendo ser librado. San Pablo oró pidiendo ser librado del «aguijón clavado en su carne» (2 Corintios 12,7). Pero esta oración de petición debe siempre ser ofrecida con una condición: «Señor, líbrame de esta aflicción… si es tu voluntad». Debemos confiar que si su respuesta a nuestra oración es «no» o «todavía no», esa respuesta fluye de su infinito amor y sabiduría, aunque no nos guste.

Aceptando la respuesta que Dios nos da hoy

En segundo lugar, mientras Dios no cure tu enfermedad, ya sea a través de un milagro o de los pasos naturales y prudentes que has tomado (atención médica, por ejemplo), sabemos que Él sigue permitiendo tu sufrimiento. En ese sentido, es su voluntad permitir que continúes llevando esta cruz. Entonces, por ahora, ésta es parte de la voluntad de Dios para ti.

Digo «parte» porque la voluntad indicativa de Dios también aplica. Aun en medio de nuestros sufrimientos, debemos luchar por recordar que al seguir los mandamientos y cumplir con las responsabilidades de nuestro estado de vida, estamos glorificando a Dios, construyendo su Reino y siguiendo a Cristo. Debemos tratar de evitar que nuestras cruces nos impidan ver toda la imagen integral de nosotros como discípulos de Cristo (la cual incluye la asidua participación en los sacramentos, la oración y el amar a los demás como Dios nos ama).

Aprendiendo a vivir con el misterio

Tercero, hablando de manera práctica, no siempre es fácil saber cuándo dejar de rezar pidiendo algo en particular. En el Evangelio, Jesús nos exhorta a «orar continuamente y nunca desanimarnos» (Lucas 18,1) y también nos dice un par de parábolas para ilustrar el punto (ver Lucas 18 y Lucas 11). Él también promete: «Pide y recibirás» (Mateo 7,7). Y, sin embargo, san Pablo tuvo la experiencia de pedir repetidamente a Dios que le quitara el aguijón clavado en su carne y Dios no se lo concedió.

Aquí nos encontramos ante un misterio. San Agustín explica que, algunas veces, Dios se abstiene de darnos aquella cosa específica que le pedimos porque aspira a darnos algo mucho mejor; Él quiere responder al deseo más profundo desde el cual brota aquella petición específica.

Aprendiendo de san Pablo y un consejo práctico

Quizá en tu caso el ejemplo de san Pablo pueda ayudar. Él continuó pidiendo que se le retirara el aguijón clavado en su carne hasta que recibió esta respuesta de Dios: «Te basta mi gracia, pues mi fuerza se manifiesta perfecta en la flaqueza» (2 Corintios 12,9). Con esa contestación, ya no sintió la necesidad de seguir pidiendo que Dios le librara de ese aguijón.

Mientras sientas en tu corazón el deseo de ser sanado de tu aflicción, continúa haciendo tu petición al Señor. Pero para evitar obsesionarse con, o ser confundido por la situación dolorosa y la misteriosa respuesta de Dios, quizá sería de ayuda hacer tu petición con una devoción establecida. Por ejemplo, puedes hacer la devoción de los nueve primeros viernes por esta intención, o puedes rezar una novena al Padre Pio de Pietrelcina o a Nuestra Señora del Buen Remedio durante los primeros nueve días de cada mes. Al enmarcar tu petición de sanación dentro de una devoción de algún tipo, ya establecida, puedes sentirte en paz de que estás haciendo tu parte (perseverando y no descorazonándote) y, al mismo tiempo, no dejar que esta lucha enturbie o domine todos los otros aspectos de tu seguimiento de Cristo.

Ten la seguridad que yo uniré mis oraciones a las tuyas, que la voluntad de Dios se hará y que tú encontrarás la paz que viene del abrazo de Dios, aun cuando compartas su dolor en la Cruz.

Oración de abandono

Amado Padre,
Hoy me abandono a Ti con todo mi ser. Te suplico que mores profundamente en mi corazón. Hoy te digo «sí». Te abro todos los lugares secretos de mi corazón y te digo «entra, Jesús». Tú eres el Señor de toda mi vida, creo en Ti y te recibo como mi Señor y Salvador. No me reservo nada para mí mismo.

Espíritu Santo, conviérteme más profundamente para asemejarme más a Jesucristo. Te entrego todo: mi tiempo, mis tesoros, mis talentos, mi salud, mi familia, mis recursos, mi trabajo, mis relaciones sociales, mis éxitos y fracasos. Los pongo en tus manos.

Te entrego mi visión de cómo debieran ser las cosas, mis decisiones y mi voluntad. Te entrego las promesas que he cumplido y las que no he logrado cumplir. Te entrego mis flaquezas y mis fortalezas. Te entrego mis emociones, mis miedos, mi inseguridad, mi sexualidad. Especialmente te entrego _____________ (Aquí menciona otras áreas según te inspire el Espíritu Santo).

Señor, te entrego toda mi vida, mi pasado, mi presente y mi futuro. En la salud y en la enfermedad, en la vida y en la muerte te pertenezco. (Permanece en el Señor en espíritu de silencio, a través de tus pensamientos, de una canción que nace del corazón o simplemente estando en su presencia y a la escucha de su voz).


Autor: P. John Bartunek, L.C.

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