¿Cómo pasar de los rezos que cansan a la oración que se disfruta?

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¿Cómo pasar de los rezos que cansan a la oración que se disfruta?

He conocido a muchas personas que pasan de la formalidad de los rezos al gusto por la oración. ¿Cuándo se da el cambio? Normalmente el cambio se da cuando se corrige o mejora el propio concepto de oración, cuando se adoptan las actitudes adecuadas y se recibe una gracia de Dios. ¿Cuál es el concepto correcto? y ¿cuáles son las actitudes apropiadas? El siguiente elenco puede iluminar.

Para cada punto hay dos alternativas. Repásalo con calma, preguntándote qué se ajusta más a tu modo de pensar, tu modo de actuar o tu actitud de hecho en el día a día de tu vida de oración.

Algunos consejos

¿Recitación o encuentro?

a) Mi oración consiste en rezos, en pronunciar oraciones escritas como si fueran fórmulas mágicas que «funcionan» por sí mismas. Muchas veces las recito de modo impersonal, sin darme cuenta de lo que hago y de lo que digo. Veo la vida de oración sobre todo como un quehacer, como actos o actividades piadosas.
b) Mi oración es un encuentro de amistad con Dios. Creo que es lo más personal de mi vida y abarca toda mi existencia. Mi oración es mi relación viva con Dios, que se concreta en algunos momentos dedicados exclusivamente a Él y que procuro prolongar a lo largo de toda la jornada, sabiendo que Dios me está mirando y cuidando siempre.

Benedicto XVI lo explicaba así en su audiencia general del 1º de agosto de este año: «La relación con Dios es esencial en nuestra vida. Sin la relación con Dios falta la relación fundamental, y la relación con Dios se realiza hablando con Dios, en la oración personal cotidiana y con la participación en los sacramentos; así esta relación puede crecer en nosotros, puede crecer en nosotros la presencia divina que orienta nuestro camino, lo ilumina y lo hace seguro y sereno, incluso en medio de dificultades y peligros».

¿Formalidades o corazón?

a) Pongo más atención en cumplir la formalidad del rito, en la materialidad de las fórmulas que pronuncio, que en la actitud con que lo hago.

b) Centro mi atención en poner todo el corazón cuando dialogo con Dios.

Jesucristo también «dijo» sus oraciones, rezaba con los Salmos, pero no se quedaba en el rito y la letra, sino que se dirigía a su Padre con todo su corazón de Hijo de manera íntima y afectuosa: le llamaba Abbá, Padre querido.

«Eso hizo Jesús. Incluso en el momento más dramático de su vida terrena, nunca perdió la confianza en el Padre y siempre lo invocó con la intimidad del Hijo amado. En Getsemaní, cuando siente la angustia de la muerte, su oración es: «¡Abba, Padre! Tú lo puedes todo; aparta de mí este cáliz. Pero no sea como yo quiero, sino como tú quieres» (Mc 14,36). (…) Tal vez el hombre de hoy no percibe la belleza, la grandeza y el consuelo profundo que se contienen en la palabra «padre» con la que podemos dirigirnos a Dios en la oración, porque hoy a menudo no está suficientemente presente la figura paterna, y con frecuencia incluso no es suficientemente positiva en la vida diaria. (…) Es precisamente el amor de Jesús, el Hijo unigénito —que llega hasta el don de sí mismo en la cruz— el que revela la verdadera naturaleza del Padre: Él es el Amor, y también nosotros, en nuestra oración de hijos, entramos en este circuito de amor, amor de Dios que purifica nuestros deseos, nuestras actitudes marcadas por la cerrazón, por la autosuficiencia, por el egoísmo típicos del hombre viejo». (Benedicto XVI, 23 de mayo de 2012)

¿Apariencias o verdad?

a) Sobre todo cuido las apariencias exteriores del cumplimiento de mis compromisos espirituales (el hacer). Voy a la oración sólo porque «tengo que cumplir» mis compromisos espirituales y me limito a lo que es obligación estricta. Rezar me resulta fastidioso y digo «tengo que rezar».

b) Sobre todo cuido la autenticidad profunda de mi encuentro personal con Dios (el ser). Me acerco a Dios con humildad, mi relación con Él es de respeto y confianza. Me presento con toda naturalidad como hijo, criatura, pecador y peregrino, ante su Padre, Creador, Salvador y Guía. Voy a la oración con gusto, «porque quiero» estar con Jesús y digo «quiero orar».

¿Técnicamente correcto o diálogo familiar?

a) En mi oración me preocupo mucho de aplicar correctamente el método establecido y de cumplir lo que está prescrito. «Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí.» (Mc 7)

b) Mi oración es un diálogo familiar, espontáneo, en un clima de profunda libertad interior, íntimo y lleno de afecto, sobre la base de un método que he venido madurando y personalizando.

¿Palabras y palabras o silencio y escucha?

a) Hablo demasiado en la oración.

b) En mi oración prevalecen el silencio y la escucha.

¿Rutina o frescura?

a) Voy a la oración de manera rutinaria.

b) Procuro afrontar mis espacios de oración de manera siempre fresca.

¿Cronómetro o tiempo de calidad?

a) Me preocupo mucho de medir los tiempos en la oración.

b) Procuro que el tiempo que dedico a Dios sea tiempo de calidad.

¿Mucho pensar o mucha fe?

a) Leo mucho en la meditación, pienso mucho, hago muchos razonamientos, «hago teología».

b) Lo que más me interesa es Él, Su Palabra, descubrir y disfrutar Su presencia en la Eucaristía y en mi propio corazón en un clima de fe y amor.

¿Dispersión o atención?

a) Mi tiempo de oración se me va en distracciones, estoy disperso, pensando en otras cosas.

b) Mi oración es atención amorosa a la presencia de Dios en mi corazón y en toda la creación y los acontecimientos de mi vida.

«San Ireneo dijo una vez que en la Encarnación el Espíritu Santo se acostumbró a estar en el hombre. En la oración debemos acostumbrarnos a estar con Dios.» (Benedicto XVI, audiencia del 20 de junio de 2012)

¿Un peso que soportar o fuente de paz?

a) Cuando termino de rezar experimento liberación porque ya cumplí. Si en lo que piensas y haces prevalece lo que está escrito en el inciso a) de los 10 puntos, es comprensible que la oración te resulte cansada y fastidiosa. Lo más seguro es que después de un tiempo termines por abandonarla.

b) Cuando termino de rezar experimento la paz que produce el encuentro personal de amor con Dios. Si lo que piensas y haces es lo que está en el inciso b) seguramente disfrutas mucho tu vida de oración. No deja de ser exigente y costosa, pero cada día le tomas más gusto y sientes el deseo y la necesidad de rezar.

Volvemos a la pregunta inicial: ¿Cómo pasar de los rezos que cansan a la oración que se disfruta? Si te identificas con algunas afirmaciones del inciso a) sugiero que tomes una por una y te propongas hacer tuya la afirmación correspondiente del inciso b).

Ten paciencia, la transformación se da paulatinamente. Y lo más importante: Cultiva el deseo de estar a Su lado, de crecer en tu amistad personal con Dios y pídele todos los días: «Señor, enséñame a orar, dame la gracia de amarte cada día más y mejor.»

En el primer párrafo nos preguntábamos también ¿Cuándo se da el cambio? Y respondíamos: Normalmente el cambio se da cuando se corrige o mejora el propio concepto de oración, cuando se adoptan las actitudes adecuadas y se recibe una gracia de Dios. Orar es una gracia que Dios nos quiere conceder. Y en nuestra relación con Él, Él da el primer paso. Esta certeza ha de llenarnos de confianza y alentar nuestra perseverancia en la oración cotidiana.

«En la Carta a los Gálatas, de hecho, el Apóstol afirma que el Espíritu clama en nosotros «¡Abba, Padre!»; en la Carta a los Romanos dice que somos nosotros quienes clamamos «¡Abba, Padre!». Y san Pablo quiere darnos a entender que la oración cristiana nunca es, nunca se realiza en sentido único desde nosotros a Dios, no es sólo una «acción nuestra», sino que es expresión de una relación recíproca en la que Dios actúa primero: es el Espíritu Santo quien clama en nosotros, y nosotros podemos clamar porque el impulso viene del Espíritu Santo. Nosotros no podríamos orar si no estuviera inscrito en la profundidad de nuestro corazón el deseo de Dios, el ser hijos de Dios. Desde que existe, el homo sapiens siempre está en busca de Dios, trata de hablar con Dios, porque Dios se ha inscrito a sí mismo en nuestro corazón. Así pues, la primera iniciativa viene de Dios y, con el Bautismo, Dios actúa de nuevo en nosotros, el Espíritu Santo actúa en nosotros; es el primer iniciador de la oración, para que nosotros podamos realmente hablar con Dios y decir «Abba» a Dios». (Benedicto XVI, 23 de mayo de 2012)


Autor, P. Evaristo Sada L.C.(Síguelo en Facebook)

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