Cantaré eternamente las misericordias del Señor

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Meditación - Hospitalidad

“Cantaré eternamente las misericordias del Señor” (salmo 89) , este salmo nos invita al fin del año jubilar de la misericordia a dar una mirada retrospectiva hacia el pasado de nuestra vida para ver cómo el Señor ha realizado con nosotros su misericordia.

Dios se revela en la oración

Para cantar la misericordia divina lo primero que hay que hacer es reconocer nuestra miseria, saber decir como el publicano de la parábola:“Ten piedad de mí, Señor, que soy un pecador” (Lc 18, 13).

La humildad es la puerta de acceso al misterio de Dios que se revela en la oración. Sin humildad se desfigura la visión de la realidad, como si ésta apareciera deformada por las propias pasiones o por una visión mundana que distorsiona la percepción de las cosas. Ya decía atinadamente Santa Teresa que la humildad es caminar en verdad. Y la oración que apuntala nuestra vida en el querer divino nos sitúa en la verdad fundamental, que se basa en una relación de amor, de adoración, de gratitud y de admiración frente al insondable misterio de Dios.

Es en la oración donde se realiza el necesario encuentro de nuestra miseria con la misericordia divina.

Es en la oración donde se puede elevar la mirada para contemplar la vida humana en sus aspectos bellos y positivos que nos permite superar las tentaciones del desaliento y de la desesperación.

Es en la oración donde se recoge la luz de la fe que abre los espacios del perdón divino allí donde la estrechez del hombre no es capaz por sí sola de encontrar caminos de salvación.

El contemplar a Dios “rico en misericordia” (Ef 2, 4) llena el alma de esperanza, da oxígeno a la vida espiritual, nos da un nuevo entusiasmo que no viene sólo de la capacidad personal de reaccionar con optimismo ante las dificultades, sino de la contemplación de ese Dios que no se cansa en perdonar ni de dar a manos llenas su amor providente y misericordioso.

 

Nuestra vida debería ser un himno a la misericordia

Por eso los santos siempre han querido y sabido entonar, cada uno con su propio acento, este bellísimo himno que recoge el salmo: “Cantaré eternamente las misericordias del Señor”.

Santa Teresa llamaba al libro de su Vida, el libro de las misericordias de Dios. Si cada quien escribiéramos el libro de nuestra vida no podríamos decir otra que cosa: que nuestra vida también puede componer un himno a la misericordia.

Reconocer esta verdad, cantarla, experimentarla, proclamarla al mundo es un deber de gratitud para Quien es y ha sido con nosotros “bueno”, para quien “sólo es bueno” (Cf. Lc 18, 18). Así podremos repetir con el salmo: “¡Aclamad al Señor porque es bueno! ¡Porque eterna es su misericordia!” (Sal 106, 1).

De este modo, al final de este año jubilar, la misericordia no será ya una idea medio arrumbada en la trastienda de nuestro espíritu, sino el humus que lo alimenta y sobre hace germinar las virtudes y los dones.

Aclamar al Señor es engrandecerlo, es cantar nuestro personal Magnificat con María porque también nuestra alma se alegra en Dios que ha sido con nosotros bueno, que ha derramado sobre nuestro espíritu el bálsamo de la misericordia y del perdón.


Agradecemos esta aportación al P. Pedro Barrajón, L.C. (Más sobre el P. Pedro Barrajón, L.C)

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