La mansedumbre domina los corazones

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La mansedumbre domina los corazones y las almas; no es la ira, no es la violencia la que gana la tierra, es la mansedumbre, es la divina dulzura que Jesucristo nos enseñó. Y allí está la historia para comprobarlo: toda la historia humana es un comentario, es un curso práctico de esa bienaventuranza de la Montaña: “Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán la tierra”, Esto significa que esa virtud tan difícil como es la mansedumbre, porque tiene que contrariar los movimientos de nuestra ira, que casi siempre nos parecen justificados; la mansedumbre, esa virtud tan difícil, tiene sus goces exquisitos: la dulzura de ser mansos, la dulzura de ganar la tierra, no por el ruido de las almas, no por el peso de la violencia, sino por la dulzura y la mansedumbre. Por eso el apóstol San Pablo enumera entre los Frutos del Espíritu Santo la mansedumbre, «la dulzura del alma». Esa dulzura del alma viene a realizar el orden de nuestro Espíritu respecto de los males que nos hacen los demás hombres, quita lo duro, suaviza e ilumina nuestras relaciones con los demás y al fin y a la postre nos da íntimas satisfacciones; la satisfacción de ganar las almas con la dulzura, que es un trasunto de la dulzura de Jesús. (El Espíritu Santo)