Las almas que viven bajo el régimen del Don de El Espíritu Santo Piedad, en los altos grados de ese Don, experimentan de una manera divina, honda, eficacísima, los mismos sentimientos que Jesús tuvo en su Corazón al ofrecer el sacrificio del Calvario y el sacrificio del Cenáculo, y anhelan unir sus propios sufrimientos con los sufrimientos de Jesús y ofrecerlos con ellos y llevar en su corazón un eco de aquel anhelo inmenso y divino que Jesús tuvo en su alma cuando se ofreció como Víctima por los pecados del mundo. (El Espíritu Santo)