¿Cómo es posible que de la raíz profunda y divina de la caridad brote el Temor de Dios? Para comprenderlo es preciso un análisis: hay diversas clases de temores: hay temor de la pena y el temor de la culpa; hay también un temor mundano. ¡Cuántas veces por el temor de un mal terreno, de un mal temporal, nos olvidamos de los santos preceptos de Dios y cometemos un pecado! ¡Cuántos hombres hay que por temor mundano se apartan de Dios! Hay otro temor que nos aleja del pecado, que nos acerca a Dios, pero que es demasiadamente imperfecto; los Teólogos lo llaman «temor servil», es el temor del castigo. Sin duda que muchas veces el temor del castigo nos impide caer en el pecado, pero no cabe duda que el motivo es de orden inferior, es mezquino, no tiene la nobleza propia del amor. El temor servil no es el Don de Temor de Dios de que estoy tratando. Hay otro temor que se llama filial consiste en la repugnancia que siente el alma por alejarse de Dios, es un temor que brota de las entrañas mismas del amor. ¡Ah!, es verdad que el amor perfecto excluye el temor, pero hay un temor que el amor no excluye, hay un temor que está -—por decirlo así-— en la base del amor. Quien quiere, quien ama, siente un profundo temor de apartarse del amado, de disgustarlo; no se concebiría el amor sin este temor. (El Espíritu Santo)