El encanto supremo del amor divino está precisamente en que Dios es una verdad que nunca se abarca, un bien que nunca se agota, una hermosura que es siempre nueva; lo más dulce y exquisito de Dios es “ese no sé qué”, según la expresión de San Juan de la Cruz, que el lenguaje no expresa ni explica la inteligencia, pero que las intuiciones del amor vislumbran en su sueño divino de felicidad. Y ese «no sé qué» es majestad infinita, y es ternura inefable; y el homenaje que le rinde nuestra alma es al mismo tiempo respeto y confianza, adoración y amor. (El Espíritu Santo)