El deber principal para con el huésped es no abandonarlo, sino vivir con él mientras permanece en nuestra casa. El Espíritu Santo mora siempre en nuestras almas que ha consagrado templos suyos; no es el huésped de un día, sino el Huésped eterno. Por consiguiente, nuestro deber capital es vivir con Él, vivir siempre en su presencia. ¡Qué dulce y fecunda sería nuestra vida, si viviéramos con Él!, pues no tiene amargura su trato, ni produce fastidio su divina conversación. Esa vida íntima con el Espíritu Santo en el fondo es amor. Si Él es nuestro Huésped, es porque nos ama. La Escritura enlaza, como lo vimos ya, la caridad con la habitación del Espíritu Santo en nuestras almas, y Santo Tomás enseña expresamente: «El Espíritu Santo habita en nosotros por la caridad». De la misma manera, vivimos con el Espíritu Santo, si lo amamos; y la perfección de esa vida será proporcionada a la perfección de nuestro amor. (El Espíritu Santo)