El amor de amistad es mutuo. Dios nos ama por el Espíritu Santo, y para que nosotros correspondamos a ese amor infinito con un amor creado ciertamente, pero sobrenatural y divino, el Espíritu Santo al dársenos derrama en nuestras almas una imagen suya, la caridad; y ésta llega a hacerse tan perfecta que puede decirse que Dios y nosotros formamos un mismo amor, un mismo Espíritu, como lo enseña San Pablo: “Quien se une al Señor es un solo espíritu con Él. Hay pues entre el Espíritu Santo y la caridad una unión estrechísima: ni el Espíritu Santo se nos da sin difundir la caridad en nuestros corazones, ni puede haber en las almas amor de caridad sin que por ese mismo hecho de amar así venga a las almas el Espíritu Santo. Por consiguiente, la razón profunda de que Dios habite en nosotros, de que Él permanezca en nosotros y nosotros en Él, es el amor; el amor de Dios que desciende hasta las profundidades de nuestras almas, el amor nuestro que por sus exigencias irresistibles atrae al Dios de los cielos y lo cautiva con los vínculos de la caridad; son esos dos amores que se buscan, que se encuentran, que se difunden en la divina unidad; es por parte de Dios el Espíritu Santo que se nos da, y por parte nuestra es la caridad, imagen del Espíritu Santo, que no puede separarse del divino original. La maravillosa expresión de la Iglesia: «dulce huésped del alma», encierra pues un misterio de amor. (El Espíritu Santo)