“«Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo». Ella se turbó grandemente ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquel. El ángel le dijo: «No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin». Y María dijo al ángel: «¿Cómo será eso, pues no conozco varón?». El ángel le contestó: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer será llamado Hijo de Dios” (Lc 1, 28-35).
CONCURRENCIAS
“Alrededor de la Morada y del altar levantó el atrio, y colocó el tapiz a la entrada del mismo. Y así acabó la obra Moisés. La gloria del Señor. Entonces la nube cubrió la Tienda del Encuentro y la gloria del Señor llenó la Morada. Moisés no pudo entrar en la Tienda del Encuentro, porque la nube moraba sobre ella y la gloria del Señor llenaba la Morada” (Ex 40, 33-35).
“Mientras él hablaba estas cosas, aconteció que una mujer de entre el gentío, levantando la voz, le dijo: «Bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te criaron». Pero él dijo: «Mejor, bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen»” (Lc 11, 27-28).
RESONANCIAS
“Oíste, Virgen, que concebirás y darás a luz a un hijo; oíste que no será por obra de varón, sino por obra del Espíritu Santo. Mira que el Ángel aguarda tu respuesta, porque ya es tiempo que se vuelva al Señor que lo envió. ¿Por qué tardas? ¿Qué recelas? Cree, di que sí y recibe. Que tu humildad se revista de audacia, y tu modestia de confianza. De ningún modo conviene que tu sencillez virginal se olvide aquí de la prudencia. En este asunto no temas, Virgen prudente, la presunción; porque, aunque es buena la modestia en el silencio, más necesaria es ahora la piedad en las palabras” (San Bernardo).
CONTEMPLACIÓN
Cada día, la Iglesia recuerda la anunciación del ángel a María en tres momentos: al alba, al mediodía y al anochecer. En las abadías cistercienses, en la última oración del día, queda la imagen de Nuestra Señora a la luz de la candela mientras se canta la Salve. Se escucha el tañido de la campana que llama al rezo del ángelus; es momento de caer de rodillas, al menos interiormente, como se hace cuando se reza el Credo, al pronunciar las palabras: “Y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María virgen”. Por este misterio todo es nuevo, se restaura la creación entera, y Dios se complace el ver a su Hijo humanado, y al hombre, divinizado.
Agradecemos esta aportación a Don Ángel Moreno de Buenafuente (consulta aquí su página web) El contenido de este artículo puede ser reproducido total o parcialmente en internet y redes sociales, siempre y cuando se cite su autor y fuente original: www.la-oracion.com y no se haga con fines de lucro.