Meditación: Dios actúa diferente cuando lo ofenden

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¿Has sentido que algo no funciona bien en tu corazón?

XVI Domingo del tiempo ordinario, ciclo A  (Sb 12, 13. 16-19; Sal 85; Rom 8, 26-27; Mt 13, 24-43)

Meditación

¡Qué diferente eres de nosotros, Señor! Cuando nos ofenden, solemos reaccionar de manera violenta y resentida. Nos justificamos en el daño que nos han hecho para legitimar el gesto de enojo, de rechazo, la decisión de mantener enemistad con quien de alguna manera nos hiere. Tú, en cambio, «eres bueno y clemente, rico en misericordia con los que te invocan» (Sal 85).

Cuando somos nosotros los que nos vemos frágiles, tentados y consentidores de los halagos egoístas, nos maltratamos y nos hundimos en el abismo del desprecio porque no soportamos la humillación por nuestras caídas. Tú, en cambio, «diste a tus hijos la dulce esperanza de que, en el pecado, das lugar al arrepentimiento.» (Sb 12, 16)

En un momento de luz, en el caso de reconocer nuestro error y nuestro pecado, nos entra el arrebato y nos precipitamos, ansiosos de resolver la quiebra compulsivamente, de manera semejante a los obreros de tu campo, que al ver crecer la mala semilla, pensaban que lo acertado era arrancarla de inmediato. Y acudieron al dueño a preguntarle «-Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde sale la cizaña? -¿Quieres que vayamos a arrancarla? Pero él les respondió: -No, que podríais arrancar también el trigo.» (Mt 13, 29).

Señor, al comparar nuestras actitudes con las tuyas, vemos un contraste permanente. ¿Qué remedio tenemos? Si nuestra naturaleza es como es, ¿estaremos arrojados no solo a percibir nuestra debilidad, sino también a comprobar nuestras reacciones inadecuadas?

Y como si nos estuvieras leyendo el pensamiento, nos respondes, por boca del apóstol San Pablo: «El Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables. Nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables» (Rom 8, 26).

Espíritu Santo, ven en ayuda de nuestra debilidad, y concédenos la respuesta adecuada cuando nos ofenden, y también cuando somos nosotros los culpables; haz que sepamos reaccionar de la misma manera en que somos tratados por Dios, con misericordia.

Con el salmista, reconozco: «Pero tú, Señor, Dios clemente y misericordioso, lento a la cólera, rico en piedad y leal, mírame, ten compasión de mí.»


Agradecemos esta aportación a Don Ángel Moreno de Buenafuente (consulta aquí su página web)

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