El papa Benedicto catorce celebró la figura de san Fidel defensor de la fe católica, con estas palabras:
«Desplegando la plenitud de su caridad al socorro material de sus prójimos, acogía paternalmente a todos los pobres y los sustentaba haciendo colectas en favor suyo por todas partes.
Remediaba la indigencia de los huérfanos y las viudas con las limosnas de los ricos; socorría a los presos con toda clase de ayudas materiales y espirituales, visitaba a los enfermos y los reconciliaba con Dios, preparándoles para el último combate.
Su actividad más meritoria fue la que desplegó con ocasión de la peste que se declaró en el ejército austríaco, exponiéndose constantemente a las enfermedades y a la muerte».
Junto con esta caridad, Fidel –hombre fiel por su nombre y por su vida– sobresalió en la defensa de la fe católica que predicó incansablemente. Pocos días antes de morir y confirmar esa fe con su propia sangre, en su último sermón dejó lo que podríamos llamar su testamento:
«¡Oh fe católica, qué estable y firme eres, qué bien arraigada, qué bien cimentada estás sobre roca inconmovible! El cielo y la tierra pasarán, pero tú nunca podrás pasar. El orbe entero te contradijo desde un principio, pero con tu poder triunfaste de todos.
Lo que ha conseguido la victoria sobre el mundo es nuestra fe, que sometió al imperio de Cristo a los reyes más poderosos y puso a las naciones a su servicio.
¿Qué otra cosa, sino la fe, y principalmente la fe en la resurrección, hizo a los apóstoles y mártires soportar sus dificultades y sufrimientos?
¿Qué fue lo que hizo a los anacoretas despreciar los placeres y los honores y vivir en el celibato y la soledad, sino la fe viva?
¿Qué es lo que hoy lleva a los verdaderos cristianos a despreciar los placeres, resistir a la seducción y soportar sus rudos sufrimientos?
La fe viva, activa en la práctica del amor, es la que hace dejar los bienes presentes por la esperanza de los futuros y trocar los primeros por los segundos».
Elogio de san Fidel de Sigmaringa, presbítero y mártir