Las luchas se renuevan cada día sin terminarse jamás. Imploremos de Dios el perdón, detestemos la ofensa y aceptemos humildemente la pena y la humillación que de ahí nos viene, y sin perder el tiempo, el valor y la paz en estériles lamentaciones, trabajemos con diligencia en realizar mayores progresos en lo porvenir. El desaliento es el peor de los castigos.