Sequedad en la oración – La parte de Dios en la lucha Tercera Parte

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Sequedad en la oración – La parte de Dios en la lucha Tercera Parte

Un lector pregunta: Estimado Padre John, desde hace mucho tiempo he estado utilizando la meditación para orar, pero últimamente estoy experimentando sequedad. Siento que no saco mucho fruto de ella como antes. ¿Será que estoy en la «noche oscura del alma»? Si no, ¿qué es lo que me está pasando y qué debo hacer?

En la parte I, hablamos sobre lo que sucede cuando hay sequedad o aridez en la oración. En la segunda, vimos nuestra parte en la batalla. Hoy, veremos la parte de Dios en ese combate*.

La falta de consuelo en la oración (también conocida como sequedad) puede ser el resultado de un pecado no confesado y del que no nos hemos arrepentido, o también puede venir de la tibieza o la desidia en nuestro esfuerzo por orar. Pero si estamos haciendo un esfuerzo razonable por poner de nuestra parte y, sin embargo, no experimentamos (o dejamos de experimentar) consuelo, es probablemente culpa de Dios, no nuestra.

Dios no es una máquina expendedora; Él no se nos tiene que revelar de una manera tangible cada vez que tratamos de presionar sus botones. Ésta es una de las grandes diferencias entre el cristianismo y muchas otras religiones. En las religiones paganas, por ejemplo, los dioses estaban obligados a responder a los fieles de una determinada manera si llevaban a cabo algún ritual específico, lo mismo que en el culto a Satán. Pero Cristo no es así. Nosotros no podemos controlarlo. Él puede hacer que no sintamos su presencia en nuestra alma, aun cuando sincera y conscientemente estemos haciendo todo de nuestra parte.

¿Por qué Dios permite la sequedad?

¿Por qué? ¿Por qué permite que experimentemos sequedad en la oración? Porque quiere que madure nuestro amor por Él. A veces, podemos estar sutilmente apegados a nuestra experiencia de Dios en la oración – a los consuelos que sentimos al contemplar su belleza o gustar su bondad. Subconscientemente, podemos empezar a buscar esos consuelos aun más que a su fuente. Comenzamos a valorar los dones de Dios más que al Dios que nos los otorga; como un niño pequeño que disfruta de la compañía del tío Ernesto porque el tío Ernesto siempre le regala dulces. El dulce es una buena señal de la bondad del tío Ernesto y de su amor por los niños, pero conocer mejor al tío Ernesto y desarrollar una relación más madura con él significa aprender a quererlo más allá de los dulces.

Cuando Dios retiene sus consuelos, está purificándonos de este apego sutil a nuestros sentimientos, para que nuestra fe pueda crecer y madurar. Para convertirnos en cristianos maduros, debemos aprender cada vez más a «caminar en la fe, y no en la visión» (2 Corintios 5,7). En este contexto de crecimiento espiritual, la sequedad en la oración es una oportunidad de verdaderamente adorar a Dios por Él mismo, sin importar nuestras preferencias y satisfacciones personales. El amor maduro es el amor que «da su vida por sus amigos» (Juan 15,13), no el amor que «no tiene raíz profunda y no dura cuando viene la tribulación…» (Marcos 4,17). La sequedad es una invitación a entregarnos a Dios, dejando de lado nuestro deseo de conseguir cosas de Él.

Hacer nuestra parte en medio de la sequedad

Cuando Dios nos envía esta clase de purificación, nuestra reacción debe ser como la de un paciente en la mesa de operaciones. No debemos tratar de evitar la sequedad, que frecuentemente es dolorosa, ni llenarnos de pánico cuando estemos en medio de ella. Más bien, debemos perseverar en nuestros buenos esfuerzos, confiando que el sabio doctor de nuestra alma está trabajando duro, en maneras que no podemos ver o sentir, aliviándonos de los cánceres espirituales que podamos tener sin siquiera saberlo. (San Ignacio de Loyola solía aconsejar mantener el tiempo reservado para la meditación, hasta el último minuto, tanto si se experimenta un consuelo inmenso o una desolación inmensa).

Esto es lo que los escritores espirituales llaman «purificación pasiva». La purificación activa es cuando conscientemente nosotros negamos nuestras inclinaciones naturales para seguir a Cristo más de cerca (ver nuestros correos sobre la mortificación). La purificación pasiva es cuando Dios nos pone en el fuego para quemar impurezas que están más allá de nuestro alcance. El resultado es maravilloso: la plata purificada es mejor plata después de haber sido pasada por el fuego; nosotros nos volvemos más plenos para ser lo que Dios quiere que seamos después de que nos purifica. Pero el proceso es a menudo doloroso.

La «noche oscura»

Cuando esta sequedad ocurre durante largos períodos de tiempo a nivel de las emociones o de la imaginación, algunas veces se le nombra como «la noche oscura de los sentidos». La «noche oscura» es una imagen que san Juan de la Cruz utilizaba para explicar la suma del fenómeno completo de la sequedad y la purificación pasiva. Cuando esta sequedad ocurre durante largos períodos de tiempo a nivel del intelecto y de la voluntad (ver la parte I de estas reflexiones sobre la sequedad en la oración para una explicación de estas facultades distintas), se le llama algunas veces la «noche oscura del alma», ya que estas dos facultades son las facultades superiores y espirituales del alma humana.

San Juan de la Cruz describió con gran detalle los signos por los cuales las auténticas noches oscuras pueden ser diferenciadas de la sequedad que proviene de otras fuentes. En resumen, son los siguientes:

1) no encontramos consuelo en las cosas de Dios, pero tampoco lo encontramos en ninguna de las cosas del mundo;
2) nos encontramos todavía cumpliendo de manera cuidadosa nuestros compromisos de oración y nuestra ansiedad viene por el miedo de no estar sirviendo bien a Dios;
3) nos encontramos incapaces (por lo menos durante períodos de tiempo largamente inusuales) para hacer reflexiones y discernimientos cuando estamos en oración mental, como si nuestra mente estuviera de alguna manera paralizada.

Sin embargo, en estas tres áreas es difícil diagnosticarnos a nosotros mismos, sería como tratar de ver nuestra espalda en un espejo.

Dos salidas por la tangente

Se necesita hacer dos observaciones más antes de dejar este tema. Primero, aquellos que están tomando su vida espiritual con seriedad y buscan crecer en la oración, a veces pueden distraerse tratando de descubrir exactamente dónde se encuentran en las distintas etapas del crecimiento espiritual. Es como si pensaran que teniendo la etiqueta perfecta sus esfuerzos serán más útiles y darán más fruto. Esto puede ser una trampa porque todos somos seres individuales y Dios nos lleva a través de caminos únicos de crecimiento espiritual; y no siempre es fácil encajar perfectamente nuestra experiencia real dentro de las categorías abstractas que la teología tiene que utilizar para reflexionar sistemáticamente sobre estas cuestiones.

Podemos llegar a obsesionarnos por encontrar la etiqueta correcta, en lugar de mantenernos concentrados en amar a Dios a través de la oración y en obedecer su voluntad. Ayuda mucho entender cada vez más los principios de la vida espiritual, porque entonces podemos comprendernos mejor a nosotros mismos a medida que comenzamos a identificar cómo esos principios trabajan en nuestra experiencia. Aun así, el mucho auto-observarse espiritualmente no ayuda. Por eso la dirección espiritual es una herramienta tan útil; ayuda a mantenernos objetivos y equilibrados en nuestro esfuerzo para discernir de qué manera Dios está actuando en nuestra vidas.

En segundo lugar, aquellos cristianos que están viviendo su vocación a la santidad como laicos, a menudo reciben su purificación por modos distintos a las «noches oscuras» de los sentidos y del alma. El sufrimiento y las batallas por la fidelidad a Cristo que vienen con la vocación al matrimonio pueden ser agudos. El sufrimiento y las batallas que vienen por el propio esfuerzo de construir el Reino de Cristo en el trabajo, la comunidad y las actividades profesionales también pueden ser muy fuertes. Dios puede usar esas luchas y ese sufrimiento para llevar a cabo operaciones de purificación y no se limita a sólo utilizar la sequedad en la oración. Ésta es una razón más de por qué debemos ser cautelosos con los excesos de la auto-observación espiritual.

La clave para el crecimiento espiritual es aceptar, abrazar y cumplir la voluntad de Dios momento a momento, no anticipando cómo Dios trabajará en nosotros y luego forzándolo a seguir nuestras expectativas. Debemos dejar al Doctor hacer su trabajo sin demandar que primero nos enseñe toda la ciencia de la medicina.

Tuyo en Cristo,

P. John Bartunek, LC (consulta aquí su página web)

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