Vida
Nos encontramos ante uno de los pilares de la civilización europea; de hecho, el Papa Pablo VI lo declaró «Patrono principal de Europa» en 1964. Tal vez, por eso mismo, el actual Pontífice, Benedicto XVI, haya querido adoptar el nombre del santo que hoy nos concierne.
Nació en Nursia, Italia, en el 480. Cuatro años antes de su nacimiento, el rey bárbaro de los Hérulos mataba al último de los emperadores romanos, poniendo en grave peligro la extinción de las raíces de la cultura europea, pero abriendo paso a la inigualable contribución de los monjes en la salvaguarda de esos mismos valores culturales de la Europa que estaba naciendo.
Los datos biográficos del joven Benito nos los aporta el Papa San Gregorio Magno en el libro II de sus “Diálogos”. Ahí nos dice que era un joven noble de la familia Anicia, enviado a Roma para que se dedicara a los estudios de retórica y de filosofía. Desilusionado con el ambiente y la vida que ahí se llevaba, abandonó la ciudad y se retiró a Enfide, dedicándose al estudio en una vida de rigurosa disciplina ascética. No satisfecho con esa relativa soledad, al cumplir los veinte años se retiró a vivir en una gruta de Subiaco, bajo la guía de un piadoso anacoreta.
Así pasó tres años de meditación y penitencia. Después, hizo un breve paréntesis cuando se mudó a vivir con los monjes de Vicovaro, que lo eligieron prior. Pero cuando Benito empezó a meterlos en vereda con las penitencias, intentaron deshacerse de él, dándole veneno en una bebida; afortunadamente, salió ileso del atentado. Por fin, se trasladó junto con unos compañeros a Cassino y ahí estableció, en la montaña, el primero de una serie de monasterios que poblarían toda Europa.
Monte Cassino en la actualidad
Benito predijo el día de su propia muerte, acaecida el 21 de marzo, pocos días después de la muerte de su hermana, Santa Escolástica. La Regla que escribió para sus monjes ha sido, desde entonces, la inspiración de vida de millones de personas… y no sólo benedictinas, sino también de diversas órdenes y congregaciones religiosas que se inspiran en él.
Aportación para la oración
Hombre amante de lo práctico y concreto, San Benito resumió toda su Regla con una eficaz frase en latín: «Ora et Labora» (reza y trabaja). Lo que parece algo muy común, en su época significó una auténtica revolución en la concepción de la penitencia monacal. Anteriormente, San Pacomio y otros le habían dado demasiada importancia a la penitencia física y fue San Benito el que invitó a sus monjes a poner más peso en la contemplación y el trabajo de cada día que en los sacrificios corporales.
El emblema monástico que adoptó (una cruz y un arado) se convirtió en la expresión de este nuevo modo de concebir la ascética cristiana: oración y trabajo. Un binomio que, para nuestro santo, son casi sinónimos: se puede elevar el corazón cuando estoy en el trabajo, cuando atiendo a los niños en casa, cuando realizo un examen en el colegio o la universidad, etc. Porque si los hago con amor, alabo a Dios. E, igualmente, la vida de oración no es tiempo perdido, pues trabajo ahí en la edificación de los cimientos de toda la sociedad.