«Este rito reviste un doble significado: el primero alude al cambio interior, a la conversión y a la penitencia; el segundo, a la precariedad de la condición humana.» (Benedicto XVI 21 de febrero 2007)
En la liturgia del miércoles de ceniza escuchamos dos grandes mensajes:
«Acuérdate de que eres polvo y al polvo volverás» (cf Gn 3,19) y «Conviértete y cree en el evangelio» (cf Mc 1, 15)
¿Qué quiere decir esto? Quiere decir que el miércoles de ceniza es un buen día para recordar que somos limitados, frágiles, llenos de miserias y necesitados de conversión continua.
La ceniza simboliza la muerte. Cuando se impone ceniza sobre nuestra cabeza se nos recuerda que vamos a morir, que estamos aquí de paso. En el pueblo judío existía la costumbre de ponerse ceniza sobre la cabeza como símbolo de penitencia y de arrepentimiento, lo cual fue adoptado por las primeras comunidades del cristianismo.
Nos dice el Qohelet, en el capítulo 3, que «hay bajo el sol un momento para todo, un tiempo para hacer cada cosa. (…) tiempo para llorar y tiempo para reír; tiempo para gemir y tiempo para bailar…» Y también hay tiempo para recordar que somos polvo: el miércoles de ceniza. Somos nada, pero una nada muy amada por Dios.
Somos pecadores, pero tenemos un Padre paciente y rico en misericordia, dispuesto a perdonarnos cada vez que volvemos a Él con humildad a pedirle perdón.
Momento de conversión y pedir perdón
Hoy es un buen día para ponerse de rodillas y decir: «Misericordia, Señor, he pecado» (Cfr. Sal 50) Esta oración, así de simple, puede ser como la melodía de fondo de la cuaresma. Se puede repetir a lo largo del día, para avivar la conciencia del gran beneficio que Jesucristo Redentor nos ha ofrecido al perdonarnos y salvarnos con su pasión, muerte y resurrección.
El miércoles de ceniza es la puerta de la cuaresma. La cuaresma es un camino de reflexión, oración y conversión. Cuaresma es tiempo para buscar el silencio y la soledad, para conocernos más a nosotros mismos, y reconciliarnos con Dios y con nuestros hermanos. Ante todo con Dios, pues este es un tiempo propicio para reconocer con humildad si nos hemos olvidado de Él y en tal caso, convertirnos, volver a Él, pedirle perdón y hacer un firme propósito de enmienda.
«Ojalá escuchéis hoy mi voz; no endurezcáis vuestro corazón» (cfr. Sal 95, 7b-8a)
Entramos en un tiempo en que toda dureza ha de ceder, todo corazón ha de ablandarse y abrirse a la misericordia. Durante la Cuaresma nos preparamos para la Semana Santa y la Pascua, en las que conmemoraremos la pasión, muerte y resurrección de nuestro Redentor, que padeció grandes tormentos, inocentemente y por amor, para salvarnos de nuestros pecados. Por eso recordamos durante las semanas precedentes que somos pecadores. Recordamos que necesitamos el perdón que Él nos alcanza en la Cruz. Y comprendemos que si Él nos perdonó, también nosotros debemos perdonar a quienes nos ofenden, como rezamos en la oración al Padre que Él mismo nos enseñó.
Conocemos mejor a Cristo y a nosotros mismos
En Cuaresma conocemos mejor a Cristo y podemos conocernos mejor a nosotros mismos –y quizá hasta el grado de aprender a perdonarnos lo que ya Dios mismo quiere perdonar y olvidar- y preparar el corazón para pedir perdón a Dios, pedir perdón a nuestros hermanos y perdonar a fondo a cuantos nos hayan hecho sufrir de alguna manera, esforzándonos por disipar de nuestra vida toda rencilla y todo rencor.
Cuaresma, por tanto, es tiempo también de sanación. Dios ve nuestras lágrimas, Dios escucha nuestras súplicas. Mientras recordamos nuestras penas y sufrimientos, pidamos paz, descanso y bendición. Tarde o temprano Él vendrá a sanar nuestras heridas.
Pero es necesario esperar. La esperanza nos recuerda que ésta no es nuestra casa. Estamos de viaje. Y mientras peregrinamos al cielo, la oración es agua fresca para quien camina en el desierto.
Te sugiero aprovechar también este compendio de mensajes del Papa Benedicto XVI sobre la cuaresma, organizados por semanas, para tu meditación diaria durante estos 40 días.
Autor, P. Evaristo Sada L.C.(Síguelo en Facebook)
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