¿Cómo orar cuando no sabes qué decirle a Dios?

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Acabo de tener un taller de oración con un grupo de cincuenta chicas mexicanas que decidieron dar un año de su vida al servicio a la Iglesia: colaboradoras del Movimiento Regnum Christi. Durante el curso encontré a una de ellas caminando, profundamente conmovida. Me detuve y le pregunté: ¿qué te pasa? ¿puedo ayudarte en algo? Me respondió: «Acabo de vivir algo muy especial, nunca había tenido la experiencia del amor de Dios y Él me la acaba de conceder. Me encontré con Él y me sentí profundamente amada; pero no fue un sentimiento cualquiera, fue algo muy profundo.»

 

Presentarnos en el encuentro tal cual somos

Recibió esta gracia durante un espacio de oración ante Cristo Eucaristía en que les recomendé presentarse ante Jesús tal cual ellas eran, que no le «trataran temas» ni «reflexionaran ideas», sino que fueran ellas, que se llevaran a sí mismas y se definieran de la manera más profunda que pudieran hacerlo y así se presentaran ante Dios: «Yo soy tu hija», «Yo soy la pecadora arrepentida», «Yo soy la mujer que tú miras», etc. Y que le dijeran cómo se sentían. Desde esta actitud deberían verlo como quien Él era para cada una de ellas. Y que así estuvieran en su presencia, en actitud de escucha.

Les di una fórmula muy sencilla que podría ayudarles: «Yo, que soy _____________, y que me siento _______________, vengo contigo que eres mi ___________.» Por ejemplo: «Yo que soy tu hija y que me siento agradecida, vengo contigo que eres mi Padre.» «Yo que soy débil y que me siento insegura, vengo contigo que eres mi Creador.» «Yo que soy pecadora y que me siento arrepentida, vengo contigo que eres mi Salvador.»

Las personas pueden no conocernos a fondo y no captar la esencia de lo que en realidad somos; la mayoría ve sólo la fachada que proyectamos. Dios, en cambio, nos ve tal cual somos. Nos conoce a fondo. Conoce la verdad de nuestra existencia. Cuando nosotros aceptamos nuestra verdad y nos presentamos ante Él como Él nos ve, somos tierra buena donde el Espíritu Santo puede hacerse presente y darnos una profunda libertad: «La verdad os hará libres» (Jn 8,32).

Esta forma de hacer oración es más fácil en situaciones especiales, momentos «fuertes». Por ejemplo, ponte en el lugar de un hombre que acaba de perder el empleo, de una mujer que tiene en sus brazos a su hijo recién nacido, de un inocente que acaba de ser liberado, de un hijo que ha perdido a su padre, de un gimnasta que ha conquistado el oro en las olimpiadas, de un paciente al que le han diagnosticado cáncer terminal…

Una oración liberadora

Aunque son situaciones muy diversas, todas ellas son profundamente humanas, de luz intensa o de terrible oscuridad, de gran tristeza o de un gozo difícil de comunicar; circunstancias que tocan las fibras más sensibles e íntimas de la persona. De alguna manera agarran toda la persona. En situaciones así, la persona no está dispersa, sino completamente centrada en su condición. La persona es toda ella consciente de la verdad que le define.

Un ciego está totalmente condicionado por su ceguera. Pienso en el ciego de nacimiento que se acercó a Jesús para ser curado: era «el ciego de nacimiento», su situación definía su identidad. En todo momento y circunstancia se comportaba y la gente le trataba como «el hombre que no puede ver».

Esta forma de oración en que vas todo tú ante el que es («Yo soy el que soy» Ex 10,14), sin tratar temas particulares, sino simplemente exponiéndote al desnudo ante nuestro Dios y Señor, es una oración profundamente liberadora. Además de ser una forma muy simple de orar. En lo personal suelo hacer de esta manera mis visitas a Cristo Eucaristía.

Haz la prueba, busca un espacio de silencio y soledad y hazlo. O cuando vayas a visitar a Cristo Eucaristía, que en eso consista tu oración: simplemente en tomar conciencia de lo que eres, presentarte ante Él tal cual eres, tal cual te sientes y diciéndole quién es Él es para ti. También puedes preguntárselo a ver qué te responde. Pregúntale ¿quién eres? O déjate interpelar por la pregunta que le hizo a sus discípulos: ¿Quién dices que soy yo? (Mc 8,27).

Y en esa disposición profunda aguarda en actitud de escucha, déjate mirar y amar por Él.


Autor, P. Evaristo Sada L.C. (Síguelo en Facebook)

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