Arrepentimiento y confianza

1929

El hombre llega a ser cristiano cuando se hace niño, cuando empieza a asombrarle la locura del amor de su Padre Dios. Encontramos aquí un nuevo aspecto de la infancia evangélica: una cierta identidad entre el niño y el pecador arrepentido.

¿En qué consiste la contrición? Se trata del arrepentimiento, el arrepentimiento ante la cruz; cuando, consciente de tu propia miseria, de tus propios pecados, observas la cruz y las heridas de Jesús; cuando en tu espíritu tratas de besar esas heridas, que fuiste tú mismo quien se las infligió; esta es la contrición.

En el hijo pródigo no hubo tal contrición. Regresas a Dios con la actitud del niño sólo cuando contrito besas las heridas de Jesús y crees en su amor; y solamente ese regreso tiene sentido.

No regreses a Dios como jornalero, porque volverás a traicionarlo.

Vemos verdadero arrepentimiento en María Magdalena. Su sencillez, su espontaneidad y su auténtica contrición, son un testimonio de la actitud del niño del evangelio. Para manifestarle a Jesús su arrepentimiento se le acercó, y sin hacer caso del respeto humano le ungió con perfume, le mojó con sus lágrimas los pies y le secó con su cabello (cf. Lc 7,3ó). Esa es la sencillez, esa es la espontaneidad y esa es la contrición del pecador que es como el niño del evangelio.

Dios es amado de verdad por los pecadores arrepentidos, a los que mucho se les ha perdonado; y por los santos, porque unos y otros tienen la naturaleza del niño y saben asombrarse ante el amor de Dios, ante la locura de su amor por ellos; no por los jornaleros, sino por los niños; no por los que acumulan méritos y tratan de concertar contratos con Dios, sino por aquellos que creen en su misericordia. Porque solamente los niños creen de verdad. (Tadeuz Dajczer, Meditaciones sobre la fe).