En la oración, al presentarte al Señor, muéstrale tus manos, no solamente vacías, sino también sucias, enlodadas por el apego a las riquezas, y ruégale que tenga compasión de ti. La oración puede desarrollarse únicamente en un clima de libertad. Como discípulo de Cristo estás llamado a orar, además a la oración contemplativa. Pero para que tu oración pueda transformarse algún día en contemplación, en embelesamiento amoroso hacia Jesucristo, tu amado, es imprescindible la libertad de tu corazón. Por eso Cristo lucha tanto para que tu corazón esté libre. Para eso lucha con la ayuda de distintos acontecimientos, con la ayuda de las dificultades y las tempestades, poniéndote en situaciones difíciles, durante las cuales te ofrece la oportunidad de colaborar intensamente con la gracia. En todas esas situaciones, Cristo espera que tú trates de purificar tu corazón, enlodado por los apegos y el servicio a las riquezas. Por eso todos los momentos difíciles, todas las tempestades, son para ti una gracia, son el paso del Señor misericordioso, que te amó hasta el punto de querer darte ese increíble don, la plena libertad de tu corazón. Tu corazón ha de ser indivisible, ha de ser un corazón para él. (Tadeuz Dajczer, Meditaciones sobre la fe)