La llegada anual del Adviento nos pone de frente a un tema que es de perenne actualidad en la vida cristiana y de toda vida humana: la esperanza de un Salvador. En la mayoría de las religiones aparece la figura de un dios o un personaje dotado de poderes divinos que viene en ayuda del hombre, a liberarlo de una mísera condición en la que con frecuencia desarrolla su vida.
Los cristianos creemos en Cristo que es nuestro Salvador y cada vez que se acerca la Navidad, como misterio central en el que se nos presenta ese gran amor de Dios en la semblanza de un niño recién nacido, renovamos el deseo y la esperanza de la llegada del Salvador a nuestras vidas.
Por ello el mejor modo de vivir el Adviento es renovando la esperanza y para ello el mejor medio es la oración la cual era definida por Santo Tomás la “intérprete de le esperanza”. Sí, el Adviento es un período de esperanza. Todos necesitamos revivirla en nuestras vidas. Vamos poco a poco perdiendo la ilusión, y se nos va yendo la fuerza de la vida, el entusiasmo, las motivaciones. Podemos incluso ir cayendo en una cierta depresión de carácter espiritual, sin esa chispa que manifesta una entrega plena puesta al servicio de Dios.
La llegada del Salvador reaviva la esperanza de que su salvación llegará también a mí, a mi vida, muchas veces herida profundamente por tantos pequeños o grandes fracasos, por heridas, por desilusiones, por contradiciones, por enfermedades, por desengaños.
Ese Niño que nace en Belén de María, en su inocente mirada, es capaz de suscitar en nuestros corazones una fuente de gozo inespesrado que inunda el corazón y difunde en torno a él una luminosidad nueva que nunca antes habíamos experimentado.
Quien ora es capaz, como Abrahán, de esperar contra toda esperanza, de seguir caminando a pesar del cansancio, de mirar a la meta eterna con ilusión y fuerza.
Sí, la oración no sólo interpela nuestra esperanza, sino que la aumenta, la vivifica.
Seamos hombres y mujeres que irradien en torno a sí esperanza, confianza, positividad, alegría, bondad, amabilidad, amor. Así nuestro Adviento será un verdadero período de renovación espiritual, un camino hacia la perfección, un levantarse de nuevo para seguir caminando por esos senderos tortuosos de la vida que tantas sorpresas nos deparan.
Pero las sorpresas divinas son mayores, son más reales, son siempre inesperadas. Sólo el que espera es capaz de seguir ese hilo tenue de la acción providencial divina en la historia, que testimonia, más allá de todo mal y de todo pecado, que el Amor es más fuerte, que hay muchos motivos y muchas razones válidas para seguir esperando.
El Adviento es un momento de espera gozosa, de camino hacia el encuentro de Quien tanto nos ha amado que camina con nosotros, como uno más, como aquel que, yendo hacia Emaús, se apareció a los discípulos deseperanzados e hizo arder sus corazones renovando en ellos la llama del amor.
El contenido de este artículo puede ser reproducido total o parcialmente en internet siempre y cuando se cite su autor y fuente originales: http://www.la-oracion.com y no se haga con fines de lucro. P. Evaristo Sada L.C. (Síguelo en Facebook)