Después me mostró cómo, a pesar de su agonía en el altar, las criaturas no lo amaban, no reparaban en El. Esto me ha tenido muy apenada todo el día. Es una especie de martirio, pues me siento sin fuerzas para amarle como debiera; muy miserable, e incapaz de ofrecerle ningún consuelo. Además veo la ingratitud de los hombres. Esto me produce una amargura indecible. Para mayor tormento, me llegó carta de mi mamacita en que me dice ruegue para que N. Señor se lleve a Miguel, porque está muy malo. Esto me tiene fuera de mí misma, porque es mi propia sangre la que ofende a Dios. Estoy incapaz de nada. Tanto es el amor que experimento y la amargura por los pecados. N. Señor me dijo en la comunión lo consolara. Se me presenta a cada instante como agonizante. ¡Es horrible…! Me dijo lo acariciara, lo besara, porque esto le servía de consuelo.