Jesús obedeció a su Madre

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Todos habéis leído que todo lo que nos cuentan los Evangelistas de la vida oculta de Cristo en Nazaret se reduce a esto: «crecía en edad y en sabiduría», y estaba «sujeto a María y a José» (Lc 2, 51-52). ¿No es esto incompatible con la divinidad? No, ciertamente. El Verbo se hizo carne, se humilló hasta tomar una naturaleza semejante a la nuestra, a excepción del pecado; vino, nos dice, «a servir y no a ser servido»; y a hacerse «obediente hasta la muerte» (Mt 20,28; Fil 2,8); por eso quiso obedecer a su Madre. En Nazaret obedeció a María y a José, las dos criaturas privilegiadas que Dios colocó junto a El. María participa, en cierto modo, de la autoridad del Padre Eterno sobre la humanidad de su Hijo: Jesús podía decir de su Madre lo que decía de su Padre celestial: «Yo hago siempre lo que es de su agrado» (Jn 8,29).