¡Oh dulce y santa Madre! Sí, yo quiero ir a Vos; sí, quiero poner mi mano en vuestra mano, mi corazón en vuestro corazón, mi mirada en vuestra mirada. Tengo un deseo tan grande y tan gran necesidad de vivir esta vida de la piedad, cuyos tesoros están en Vos. Os saludo, María; os saludo, Reina y Madre de la misericordia; sois mi vida, mi dulzura y mi esperanza. Hijo de la muerte, desterrado de la vida divina, clamo a Vos. A Vos suspiro gimiendo y llorando en este valle de lágrimas. Sí, Madre y Protectora mía, volved a mí vuestras miradas llenas de misericordia. Sed mi madre, cread en mí esta vida que yo no puedo hacer por mí mismo. Esta vida de Dios, Vos podéis crearla en mí, puesto que sois la Madre de Dios; podéis crearla, puesto que la poseéis con una plenitud inconmensurable; podéis crearla, puesto que Dios os ha encargado que seáis mi madre y os ha dado para mí todas las riquezas de la vida. Madre de mi Dios, Madre de la divina gracia, Madre mía, hacedme vivir con Dios, en Dios y para Dios. (José Tissot, La vida interior)