Cuando ya tengo la dicha de vivir la vida divina, la gracia actual emplea las fuerzas de animación sobrenatural depositadas en mí, las ejercita, y, ejercitándolas, las desarrolla. Sus continuadas excitaciones me ayudan continuamente a progresar, haciéndome utilizar los recursos sobrenaturales que están en mí. Por la influencia combinada de estas dos gracias se forma mi piedad; una y otra concurren a la obra. La una, más activa, da el movimiento; la otra, más estable, da la inclinación y la facilidad. La una, más variable, concuerda con la parte móvil de la existencia; la otra, más fija, se enlaza con el aspecto permanente de la vida. La una, transitoria, se especializa en el acto presente; la otra, más general, se extiende como un hábito fundamental a todos los actos. La una, a semejanza de Marta, va y viene según las necesidades; la otra, más parecida a María, tiene el alma más adherida a Dios; la una extiende, prolonga el resorte de mis facultades, haciéndoles posibles actos que naturalmente no están a su alcance; la otra modifica, transforma el fondo mismo de mi ser dándole un ser nuevo, una vida divina; la una recoge los materiales, la otra los organiza, y entre ambas construyen. De esta manera mi voluntad, excitada y sostenida por la gracia actual; nutrida, engrandecida y perfeccionada por la gracia habitual, está en la ley de Dios y medita en ella día y noche; soy así como el árbol plantado junto a las corrientes de las aguas, cuyos frutos se presentan en sazón y cuyas hojas son perennes. Y todas mis acciones prosperan para la gloria de Dios y mi eterna bienaventuranza. (José Tissot, La vida interior)