Mi espíritu está hecho para ver a Dios, y yo estoy siempre viéndome a mí mismo: la humildad viene a corregir este desorden. Y la primera cosa que dice la humildad es que yo no tengo nada por mí mismo. No dice que yo no tengo nada, sino que no tengo nada “por mí”. Ni aun siquiera existo por mí mismo, y nada de lo que tengo viene de mí; ni la existencia ni ninguno de los dones de la existencia los tengo en mí por mí mismo; lo que yo tengo por mí es la nada. Por mí tengo el pecado, la inclinación al mal, la debilidad, la imperfección, todas las miserias cuyo testimonio llevo en mí mismo. Y la humildad, que es la verdad, me hace ver y reconocer la nada que yo soy por mí mismo. No pestañea ante las lecciones de su nada, que el hombre recibe en tantas ocasiones y bajo tantas formas. Reconocer nuestras faltas y errores, no obstinarse en las maneras de ver personales, convenir en nuestras imperfecciones y defectos, aceptar las humillaciones interiores y exteriores, pensar con preferencia contra sí y en favor de los demás, he ahí las cosas que la humildad inspira. (José Tissot, La vida interior)