Acción de Dios en el alma

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Un fresco magnífico había sido cubierto con argamasa: un accidente feliz hace caer un día la argamasa y reaparece la pintura con toda su belleza. ¿Pero, quién quitará las manchas dejadas por mil menudos restos del mortero? ¿Quién retocará los pequeños detalles para devolver al cuadro la frescura y el primor de su primera hermosura? Es preciso un artista, y un artista de la talla del primer maestro; cualquiera otro que se ponga a retocarlo corre riesgo de causar en el cuadro daños irreparables. Mi alma es la imagen de Dios, cuadro magnífico donde el mismo Dios ha pintado su semejanza. Por el pecado original, primero, y después por el pecado mortal, la imagen de Dios ha sido cubierta y su semejanza destruida. Una vez el Bautismo y más tarde la Penitencia han hecho que vuelvan a aparecer los rasgos de la semejanza divina; pero, ¡ah, cuánto detalle sucio! ¡Cuántas manchas quedan todavía! ¿Quién las quitará? –Únicamente Aquel que ha hecho el cuadro; sólo Él es bastante hábil para retocarlo. Y en efecto, Él se reserva hacer esta operación: nadie toca al alma más que Dios. El que la hizo es el único que puede rehacerla (José Tissot, La vida interior)