Combate a la hora de la muerte

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Una tentación del enemigo de nuestra eterna salud [en la hora de la muerte] es un vano terror o espanto, que nos infunde con la representación y memoria de nuestras culpas pasadas, para precipitarnos en la desesperación. Si te hallares hija mía, amenazada de este peligro, ten por regla general que la memoria de tus pecados será un efecto de la gracia, y te será muy saludable si produce en ti sentimientos de humildad, de compunción y de confianza en la divina misericordia; pero si te causare inquietud, desconfianza y pusilanimidad, aunque te parezca que tienes grandes motivos y fundamentos para persuadirte que estás reprobada y que ya no hay para ti esperanza de salud, reconócele luego por sugestión y artificio del demonio, y no pienses entonces sino en humillarte, y en confiar más que nunca en la bondad y misericordia de Dios; que de este modo eludirás todas las estratagemas del enemigo; lo vencerás con sus propias armas, y darás al Señor honor y gloria. Conviene, hija mía, que tengas un vivo dolor de haber ofendido a esta Bondad infinita, siempre que te acordares de tus culpas pasadas; pero conviene también que le pidas perdón con una firme confianza en los méritos de tu Salvador; y aunque te parezca, que el mismo Dios te dice en lo secreto de tu corazón que tú no eres del número de sus escogidos (Joann. X), no por eso dejes de esperar en su misericordia; antes bien le dirás con humildad y confianza: Mucha razón tenéis, Dios mío, para reprobarme por mis pecados; pero yo la tengo mayor, para esperar que me perdonaréis por vuestra divina piedad. Yo os pido, pues, Señor, que os compadezcáis de esta miserable criatura vuestra, que si bien merece por su malicia la condenación eterna, está no obstante redimida con el precio infinito de vuestra sangre. Yo quiero salvarme, Redentor mío, para bendeciros y alabaros eternamente en vuestra gloria: toda mi confianza está en Vos. Yo me pongo enteramente en vuestras manos, haced de mí lo que fuere de vuestro agrado, porque Vos sois mi único y absoluto Señor; y aunque me queráis quitar la vida eterna, siempre he de tener vivas mis esperanzas en Vos.(El Combate Espiritual, Lorenzo Scupoli)