Oración de ofrecimiento de sí mismo

1558

Sean, pues, hija mía, puros todos nuestros ofrecimientos: no tenga en ellos alguna parte nuestra propia voluntad; no atendamos ni a los bienes de la tierra, ni a los del cielo; miremos solamente a la voluntad de Dios; adoremos su Providencia, y sujetémonos ciegamente a sus órdenes y disposiciones, sacrifiquémosle todas nuestras inclinaciones, y olvidándonos de todas las cosas creadas, digámosle: Veis aquí, Dios y Creador mío, que yo os ofrezco y consagro todo lo que tengo: yo sujeto y rindo enteramente mi voluntad a la vuestra; haced de mí lo que fuere de vuestro divino agrado, así en la vida como en la muerte, así en el tiempo como en la eternidad. Si estos afectos y sentimientos fueren sinceros y verdaderos, y te nacieren del corazón, lo cual conocerás fácilmente al sucederte cosas contrarias y adversas, adquirirás en breve tiempo grandes merecimientos, que son tesoros infinitamente más preciosos que todas las riquezas de la tierra; serás toda de Dios, y Dios será todo tuyo, porque Él se da siempre a los que renuncian a sí mismos, y a todas las criaturas por su amor. Esto, hija mía, es sin duda un poderoso medio para vencer todos tus enemigos: porque si con este sacrificio voluntario llegas a unirte de tal suerte con Dios, que seas toda suya y recíprocamente Él todo tuyo, ¿qué enemigo habrá que sea capaz de perjudicarte?(El Combate Espiritual, Lorenzo Scupoli)