Los engaños del amor propio

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Hasta en los deseos de unirnos a Dios y de poseerlo suelen mezclarse los engaños del amor propio. Porque en desear poseer a Dios, miramos más a nuestro interés propio, y al bien que de ello esperamos, que a su gloria y al cumplimiento de su voluntad, que es el único objeto que se deben proponer quienes lo aman y lo buscan, y hacen profesión de guardar su divina ley. Para evitar este peligroso lazo, que es de grande impedimento en el camino de la perfección, y acostumbrarse a no querer ni obrar cosa alguna sino según la impresión o impulso del Espíritu Santo, y con intención pura de honrar y agradar únicamente a Dios (que debe ser el primer principio y el último fin de todas nuestras acciones), observarás esta regla: Cuando se te presentare ocasión de ejercitar alguna obra buena, no inclines tu voluntad a quererla, sin haber levantado primeramente el espíritu a Dios, para saber si es voluntad suya que la hagas, y examinar si la quieres puramente por agradarle. De este modo tu voluntad, prevenida y regulada por la de Dios, se inclinará a querer lo mismo que Dios quiere, por el único motivo de agradarle y procurar su mayor gloria. De la misma suerte te gobernarás en las cosas que Dios no quiere; porque antes de repelerlas o desecharlas, deberás elevar tu espíritu a Dios para conocer su voluntad, y para tener alguna certeza de que repeliéndolas y desechándolas, podrás agradarle.(El Combate Espiritual, Lorenzo Scupoli)