Un vicio de que debemos guardar nuestro entendimiento es la curiosidad; porque cuando lo llenamos de pensamientos nocivos, impertinentes y vanos, lo inhabilitamos enteramente para unirse y aplicarse a lo que es más propio para mortificar nuestros apetitos desordenados, y para llevarnos a la verdadera perfección. Por esta causa, hija mía, conviene que estés como muerta a las cosas terrenas, y que no procures saberlas ni investigarlas, si no son absolutamente necesarias, aunque sean lícitas. Restringe y recoge cuanto pudieres tu entendimiento, y no le permitas que se derrame vana mente en muchos objetos. No des jamás oídos a las nuevas que corren; los sucesos del mundo no hagan en tu espíritu más impresión que si fuesen imaginaciones o sueños. Aun en el deseo de saber las cosas del cielo has de procurar también ser humilde y moderada, no queriendo saber otra cosa que a Jesucristo crucificado (1 Cor. II, 2), su vida y su muerte, y lo que Él desea y pide particular mente de ti. De las demás cosas no tengas algún cuidado o solicitud, y de este modo agradarás a este divino Maestro, cuyos verdaderos discípulos no buscan ni desean saber sino lo que puede con tribuir a su aprovechamiento, y serles de algún socorro para servirle y hacer su voluntad. Cualquier otro deseo, inquisición o cuidado, puede nacer del amor propio, soberbia espiritual o lazo del demonio.(El Combate Espiritual, Lorenzo Scupoli)