«El Espíritu mora en vosotros para recordaros mis palabras». ¿Y cuál es el sentido de estas palabras del Salvador? Cuando consideramos las acciones de Cristo y sus misterios, sirviéndonos, por ejemplo, de la lectura de los Evangelios, repasando una vida de Nuestro Señor, o bien siguiendo las instrucciones de la Iglesia en el curso del año litúrgico, ocurre a veces que, un día cualquiera, tal palabra que habíamos leído y releído cien veces, sin que nos hubiera llamado la atención, cobra de repente a nuestros ojos un relieve y sentido sobrenatural totalmente nuevo; es como un rayo de luz que el Espíritu Santo alumbra en el fondo de nuestra alma; es la revelación súbita de un venero de vida hasta entonces insospechado. Es como si un nuevo horizonte más extenso y luminoso se abriese ante los ojos del alma; es un mundo sin explorar que el Espíritu nos descubre. El Espíritu Santo, a quien la liturgia llama «el dedo de Dios», graba y esculpe en el alma esa palabra divina, que perdurará en ella como luz esplendorosa, como un principio de acción; y si el alma es humilde y dócil, esa palabra divina va poco a poco obrando silenciosa pero eficazmente.(La oración por Columba Marmión)