Cosa es averiguada entre los que saben que la naturaleza proveedora, aunque vaya contra sí misma en particular, no deja cosa vacía ni por un momento, por evitar el daño que en toda ella se podría seguir; donde si el aire se destruyese, luego subiría la tierra y el agua a ocupar aquel lugar, por que no se diese cosa vacía ni se desencuadernasen las cosas que están enlazadas y participan unas con otras, y la cual participación se guarda también en lo espiritual. Y por eso manda Dios (Dt 16,16) que no aparezcamos delante de Él vacíos en cuanto en nosotros fuere; empero, entendiéndolo mal, los hombres vanos hínchense de cosas terrenas, y cada uno en su manera multiplica sus cosas, no acordándose de que la tierra y todas sus cosas se llaman vacías y vanas (Gen 1,2), de las cuales ellos se quieren henchir pensando suplir con una vana otra vacía, lo cual es imposible si bien miran en ello. Y, por tanto, no puede todo el mundo henchir un pequeño corazón de un hombre, como parece en Alejandro, al cual se le hacía el mundo pequeño para henchir el corazón de un hombre; y la causa es porque el mundo está vacuo de los verdaderos bienes, y, por tanto, en respecto de ellos no puede henchir el corazón, el cual o ha de estar lleno de la alegría causada por la presencia gratífica de Dios, o de la tristeza causada por su ausencia, para que así no parezca vacío delante del Señor, el cual se agrada tanto de lo ver lleno de tristeza como de alegría, y vuelve, según lo prometió (Jn 16,22), la tristeza en alegría, y aun puede ser que le plega más la tristeza que por Él se causó que no la alegría; porque en la tristeza que tenemos por la ausencia de la cosa se muestra el amor que le teníamos; que si tan fácilmente nos consolamos de la haber perdido, señal era que era poco el amor que le teníamos; y la mucha tristeza da señas de mucho amor, como parece en la Magdalena, que llorando decía muchas veces: Tomaron a mi Señor, y no sé dónde le pusieron. Y de esta tristeza no la pudieron consolar los ángeles, porque no estaba triste por ellos. Y cuando la tristeza de alguna cosa es verdadera y posible de suplir, no cesa hasta que se ha la presencia de aquello cuya ausencia la causaba, como parece en la misma santa, que no pudo dejar la tristeza hasta que delante de sí conoció al que la había causado; y de esta manera, si es verdadera la tristeza que sientes por haber perdido la gracia que tenías, no te alegrarás hasta que el Señor, que da a todos en abundancia, te la torne a dar, a lo menos en equivalencia.
Tercer abecedario espiritual. Capítulo V, de la tristeza