Gratitud y admiración al final de la vida

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¿Por qué no he estudiado bastante, explorado, admirado la morada en la que se desarrolla la vida? ¡qué distracción imperdonable, qué superficialidad reprobable! Sin embargo, al menos in extremis, se debe reconocer que ese mundo «qui per Ipsum factus est»: que fue hecho por medio de Él, es estupendo. Te saludo y te celebro en el último instante, sí, con inmensa admiración; y, como decía, con gratitud: todo es don; detrás de la vida, detrás de la naturaleza, del universo, está la Sabiduría; y después, lo diré en esta despedida luminosa (Tú nos lo has revelado, Cristo Señor) ¡está el Amor! ¡La escena del mundo es un diseño, todavía hoy incomprensible en su mayor parte de un Dios Creador, que se llama nuestro Padre que está en los cielos! ¡Gracias, oh Dios, gracias y gloria a ti, oh Padre! En esta última mirada me doy cuenta de que esta escena fascinante y misteriosa es un reverbero, es un reflejo de la primera y única Luz; es una revelación natural de extraordinaria riqueza y belleza, que debía ser una iniciación, un preludio, un anticipo, una invitación a la visión del Sol invisible, «quem nemo vidit unquam»: a quien nadie vio jamás (Jn. 1, 18) «Unigenitus Filius, qui est in sinu Patris, Ipse enarravit»: el Hijo unigénito que está en el seno del Padre, ése le ha dado a conocer. Así sea, así sea.