Como en el agua pura y remansada
se reflejan los juncos y las flores,
se refleja en tu frente inmaculada
la Belleza increada
del Dios de los amores.
Y el pobre peregrino
que va por esta senda de dolores
en busca de un amor grande y divino
que colme su ambición y sus ardores
mira en tus dulces ojos, Madre mía,
esa divina hartura
de Amor y de Hermosura,
que el corazón ansía,
esa felicidad augusta y plena
que hace en la tierra adivinar el Cielo,
esa quietud beatísima y serena,
esa embriaguez de gracia y de consuelo
que hace olvidar tristezas y pesares,
y es la hartura inefable y deliciosa
con que embriagaba al rey de los Cantares
el perfume de nardos de la Esposa.