A propósito del infierno (Comentario a la liturgia del domingo XXVI del tiempo ordinario)
El infierno
Hablar del infierno no está de moda. Pero el Evangelio de hoy me mueve a hacerlo. Sólo en el pasaje que hemos leído, Cristo habla tres veces del «lugar del castigo», y remata su enseñanza con una breve pero escalofriante descripción: «donde ni el gusano muere, ni el fuego se apaga».
Hablar del infierno es un deber pastoral. San Agustín amonesta a los malos pastores que callan ciertos temas para no «incomodar» a los fieles. Les llama «perros mudos», que no ladran cuando deberían hacerlo. Es verdad que nuestro mensaje central es el amor de Dios, su infinita misericordia y perdón. Pero no podemos callar las consecuencias de rechazar el amor, la misericordia y el perdón.
Los mitos del infierno
En torno al infierno se han generado muchos mitos. Aquí reflexionaremos sobre tres de los más comunes.
o Primer mito: el infierno no existe.
o Segundo mito: el infierno existe, pero en esta vida, no en la otra.
o Tercer mito: la Iglesia, al insistir tanto en el infierno, genera miedos y culpas innecesarios.
Primer mito: el infierno no existe
El argumento es más o menos así: Dios es tan bueno, que el infierno no puede existir. La Biblia, sin embargo, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, dice que Dios dará a cada uno «según sus obras». Escribe el profeta Jeremías: «Yo, Yahveh, exploro el corazón, pruebo los riñones, para dar a cada cual según su camino, según el fruto de sus obras» (Jer. 17, 10).
San Pablo es todavía más tajante: «Por la dureza y la impenitencia de tu corazón vas atesorando contra ti cólera para el día de la cólera y de la revelación del justo juicio de Dios, el cual dará a cada cual según sus obras» (Rm 2, 5 – 6).
Si Jesús, por su parte, en el evangelio de hoy habla de «sacarse el ojo» o «cortarse la mano o el pie» –expresiones fuertes, que pueden parecer salidas de tono– es en la perspectiva de una realidad objetiva, que tiene su propia densidad e importancia. En otras palabras, de cara a la «otra vida», no «da igual» cómo te portes. El infierno no es un cuento de abuelitas.
Segundo mito: el infierno existe, pero en esta vida, no en la otra.
Algunos creen que cada uno vive su cielo o su infierno en esta vida, según las decisiones que tome, porque ordinariamente todo se revierte. Y en parte tienen razón.
Pero las palabras de Cristo parecen indicar otra cosa. En su descripción del infierno, Jesús dice que el «gusano no muere y el fuego no se apaga». No habla, por tanto, de un suplicio temporal. Más bien hace pensar que el infierno –como el cielo– es una realidad eterna, que está más allá de «esta vida».
Por lo demás, ciertamente debe haber un gran parecido entre el infierno eterno y el infierno en «esta vida»: la ausencia del amor.
Tercer mito: la Iglesia, al insistir tanto en el infierno, genera miedos y culpas innecesarios.
Muchos dicen haberse alejado de la Iglesia porque de niños les inculcaron miedos, culpas y amenazas del infierno. Pero, ¿qué dice realmente la Iglesia sobre el infierno? El Catecismo de la Iglesia Católica dice que el infierno es un «estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados» (n. 1033).
La palabra «autoexclusión» ayuda a entender que se trata de una opción voluntaria. Dios no quiere que nadie se condene. Pero quien se aferra al pecado mortal y muere en él, se autoexcluye de la comunión con Dios.
Ahora bien, el Catecismo consta de 2865 números. De ellos, dedica al tema del infierno sólo cinco números (del 1033 al 1037). No parece, por tanto, que el infierno sea una «obsesión» en la enseñanza de la Iglesia. La idea del infierno, más que asustarnos, debe darle seriedad a nuestra vida y un valor adicional a nuestras decisiones y actuaciones.
Firme en la enseñanza, generosa en el perdón
En síntesis, la Iglesia afirma que sí existe el infierno, y que el infierno no sólo es en «esta vida». Pero la Iglesia afirma e insiste mucho más en el perdón que salva. En este sentido, creo que la Iglesia, como toda obra de Dios, encierra una cierta paradoja.
Por una parte, es muy firme en su enseñanza. No rebaja ni deja de decir lo que tiene que decir . Pero, por otra, es muy generosa en el perdón, en la misericordia. Te dice claramente lo que está mal; pero te perdona siempre que te arrepientes y decides enmendarte.
María, Puerta del cielo
María, según las letanías lauretanas, es «Puerta del cielo». Quien acude a María, en cierto modo asegura su salvación. No porque Ella sea un «recurso mágico», sino porque nos invita a «obedecer a Cristo» (cf. Jn. 2, 5); y, cuando no lo hacemos, ruega por nosotros para que nos arrepintamos y abramos al perdón de Cristo. Encomendémosle a Ella el más grande reto de la vida: nuestra salvación eterna.
La Palabra de Dios debe ser la materia fundamental de nuestros diálogos con Dios en la oración personal. Ojalá que este comentario a la liturgia te sirva para la meditación durante la semana. Agradecemos esta aportación al P. Alejandro Ortega, L.C. (consulta aquí su página web)
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