Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y el Espíritu lo fue llevando durante cuarenta días por el desierto, mientras era tentado por el diablo. (…) Respondiendo Jesús, le dijo: «Está escrito: “No tentarás al Señor, tu Dios”». Acabada toda tentación, el demonio se marchó hasta otra ocasión (Lc 4, 1-2. 12-13).
Comentario
Jesús se ha hecho uno de nosotros, lleva nuestra naturaleza y siente el halago del poder, del tener y del placer. Es tentado al comienzo de su vida pública y al final, en la hora de la Cruz, es decir durante toda su vida. La victoria de Cristo contra el Malo y el pecado nos estimula en nuestra lucha contra el mal. Las tentaciones vienen disfrazadas de muchas maneras, son nuestros demonios: adicciones, ira, codicia, gula, lujuria, tristeza, acedia…
Imagen: El Desierto
El desierto es ambivalente: siendo lo más áspero, fascina; su extensión y los acontecimientos sagrados vividos en él invitan a adentrarse en el desierto del corazón, donde se escucha la voz del Amado. El desierto es el lugar de la Palabra, y el paisaje en el que se demuestra que quien conduce la vida es Dios.
Propuesta
¿Te asusta el desierto? ¿Tienes experiencia de lo que acontece cuando parece que ya no puede acontecer nada más?
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