La Eucaristía, sacramento del Cuerpo y de la Sangre de Cristo, memorial de la muerte y resurrección de Jesús, actualiza la Historia de Salvación. En ella se nos ofrece el beneficio de la creación, de la Redención y de la santificación.
La Palabra
«Mientras comían, Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio, diciendo: -«Tomad, esto es mi cuerpo.»
Cogiendo una copa, pronunció la acción de gracias, se la dio, y todos bebieron.
Y les dijo: -«Ésta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos.» (Éx 24, 3-8; Sal 115; Hbr 9, 11-15; Mc 14, 12-16. 22-26).
Meditación
La Eucaristía, sacramento del Cuerpo y de la Sangre de Cristo, memorial de la muerte y resurrección de Jesús, actualiza la Historia de Salvación. En ella se nos ofrece el beneficio de la creación, de la Redención y de la santificación.
También recuerda el tercer día de la creación. Dios se complació doblemente cuando dispuso para todos los vivientes la mesa inagotable de agua y de semillas que dieran fruto de toda especie.
Trae a la memoria el relato en el que se describe cómo «Melquisedec, rey de Salem, presentó pan y vino, pues era sacerdote del Dios Altísimo, y le bendijo diciendo: «¡Bendito sea Abram del Dios Altísimo, creador de cielos y tierra» (Gn 14, 18-19). Y cuando Abraham recibió a los tres ángeles a la puerta de su tienda y les ofreció pan de flor de harina (Gn 18).
Comparemos la escena en la que Faraón, ante la súplica de los hijos de Jacob de que les diera trigo para poder comer, les indicó que fueran a José con las palabras: «Haced lo que él os diga» y la de la boda de Caná. María, la Madre de Jesús, usará la misma expresión con los sirvientes del banquete.
Hasta nuestros días el pueblo judío celebra la Pascua, para conmemorar la memorable noche en que salió de Egipto, y lo hace con la cena del cordero y de panes ázimos. Jesús, en Cafarnaúm aclara que no fue Moisés quien dio de comer al pueblo el pan del cielo, sino su Padre. Y Él mismo se presenta como verdadero Pan del cielo. Él es el nuevo José, el nuevo Moisés, el verdadero Cordero, el novio de la boda, la manifestación del amor más grande.
La Eucaristía, prefigurada en el banquete de bodas, en la multiplicación de panes, en el cordero pascual, y realizada en la Cena santa, misterio de la muerte y resurrección de Jesucristo, se prolonga en los almuerzos del Resucitado con los suyos y se perpetúa en la celebración litúrgica. Al participar en la mesa santa del Cuerpo y de la Sangre de Cristo, nos hacemos una sola cosa con Él. Al comulgar debidamente, Jesucristo, a la vez que nos configura como miembros de su Cuerpo, nos envía a ser testigos y a prolongar su entrega en el ejercicio de la caridad.
Oración
«¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Alzaré la copa de la salvación, invocando su nombre. Te ofreceré un sacrificio de alabanza, invocando tu nombre, Señor. Cumpliré al Señor mis votos en presencia de todo el pueblo» (Sal 115).
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