Santificados y misericordiosos – VII Domingo del Tiempo Ordinario

1966
Carta al Niño Dios

Levítico 19, 1-2. 17-18; Sal 102; Corintios 3, 16-23; Mateo 5, 38-48

Dos mensajes destacan en las lecturas de este domingo:

El primero consiste en la revelación de nuestra identidad, lo que somos por gracia: “Sois templos de Dios y el Espíritu de Dios habita en vosotros”. “Vosotros sois de Cristo y Cristo de Dios”. Y esta identidad nos la otorga y asegura la misericordia divina: “Él rescata tu vida de la fosa y te colma de gracia y de ternura”. “Aleja de nosotros nuestros delitos”.

El segundo mensaje se deriva del primero. Si hemos recibido tanto, es de justicia tratar a los demás como nos trata Dios a nosotros. “No odiarás de corazón a tu hermano”. “No te vengarás ni guardarás rencor a tus parientes, sino que amarás a tu prójimo como a ti mismo”. “Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen y rezad por los que os persiguen y calumnian”.

Estos dos principios se resumen en dos apotegmas: “Seréis santos, porque yo, el Señor vuestro Dios, soy santo”. “Por tanto, sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”.

Conciencia agradecida y comprometida

Si reparamos en la progresión del argumento, la santidad y la perfección derivan en misericordia. Si “el Señor es compasivo y misericordioso”, la llamada a la santidad y a la perfección, que viene de Dios, se cumple ejerciendo la misericordia. Toda la enseñanza se queda fuera de nosotros, como mera especulación, si no llegamos a personalizar en nuestra vida el regalo que nos ha hecho Dios, a través de su Hijo Jesucristo, al redimirnos de nuestro pecado y concedernos la dignidad identificadora de ser imagen suya. Desde esta experiencia nace al mismo tiempo la conciencia agradecida y comprometida.

Si soy del Señor, y Él me ha alcanzado con su misericordia; si mi título noble es haber sido perdonado por Jesús, no tengo de qué gloriarme sino de quien es mi Señor y mi Salvador.

Regalo inmerecido

Me confunde que, en medio de mi pobreza, de mi debilidad y bajeza, pueda sentir el amor, la ternura, la paciencia de Dios. Sé que es regalo inmerecido la salida de la tierra de esclavitud y mi liberación interior. Sé que es Providencia divina el pan y el agua al borde del camino, en momentos de extrema necesidad, como alimento del alma. Sé que es la fuerza del Señor la que me sostiene, ante el riesgo de la quiebra de la fidelidad y de la esperanza.

No tengo otro título por el que gloriarme que el de haber sido perdonado, amado, llamado, sostenido, invitado, fortalecido, sanado por el Señor. Y por todo ello, canto mi Magnificat, porque el Señor ha mirado mi humillación, y no me ha dejado permanecer en mi pobreza. Él ha enviado a su ángel para ofrecerme el cáliz de la misericordia, y el consuelo de la certeza de la fidelidad divina. ¡Cómo voy a ser inmisericorde con el prójimo!

 


Agradecemos esta aportación a Don Ángel Moreno de Buenafuente. (Consulta aquí su página web)
 
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